Novela

El engaño de Beth Loring

Fernando Schwartz

29 noviembre, 2000 01:00

Planeta. Barcelona, 2000. 294 páginas, 2.400 pesetas

A poco más de un año de El peor hombre del mundo, reaparece Schwartz con otra historia, con la misma voluntad de contar que viene marcando su asentamiento en la narrativa desde que en 1996 obtuvo el premio Planeta por El desencuentro, y con el despliegue de destrezas de quien se sabe buen comunicador. Con tales recursos defiende, libro tras libro, su posición narrativa, pero no logra superar los escollos de su misma flaqueza. Porque frente a su habilidad para manejar los hilos de un relato asalta, con frecuencia, la debilidad de sus tramas; frente a la soltura con la que batalla personajes y situaciones, la escasa tensión sobre la que ha de crecer una historia; y frente a la fluidez de su prosa el poco rigor de su estilo.

En esa flaqueza reincide El engaño de Beth Loring. Ofrece en él la historia de una mujer que arrastra una vida marginal y sórdida y ambiciona un proyecto fantástico: negar su pasado reinventándolo y legar a su hija el patrimonio de ese invento sumado al diseño de un futuro perfecto. A ese plan dedica su vida desde que se instala en un pueblo de la isla de Mallorca, un lugar que a su llegada -en los años 60- se le ofreció como varadero de vidas singulares (intelectuales, artistas, aristócratas) de las que va obteniendo el beneficio que necesita para la "gigantesca mentira" sobre la que hará crecer su "secreto".

Así se nos encomienda lo más sugestivo de un argumento justificado en la defensa de la enloquecida necesidad de fantasía que necesitamos los humanos. La idea, válida por la perspectiva que la va trazando, de un coro de voces -auxiliados por un narrador innecesario- que a modo de cronistas rehace, ordena, corrige y discute los detalles de todo lo que sucedió desde entonces hasta nuestros días, intenta completar sus intenciones introduciendo, de costado, el paisaje social, político, urbanístico y cultural de la España que va del franquismo a la Transición, y de ésta a nuestros días. Y tan ambicioso proyecto la vuelve torpe e insuficiente. Le falta lo que L. Mateo Díez resumió así: "un equilibrio lo más lúcido posible entre imaginación, memoria y palabra".