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Háblame del tercer hombre
José Carlos Llop
30 mayo, 2001 02:00Nada parece dejado al azar. Un lenguaje muy cuidado sirve de vehículo adecuado a este refinado y sugestivo relato, recomendable para lectores de paladar fino
Este conjunto de sugerencias, incertidumbres y verdades a medias que constituye el horizonte del adolescente y en el que la realidad percibida se equipara en ocasiones a la realidad casi mítica de las imágenes cinematográficas, se halla articulado con extremada habilidad, sin que en ningún momento la mirada adulta se superponga a la del tiempo evocado, como tantas veces ocurre en relatos de esta naturaleza. Tal planteamiento, impecablemente mantenido -aunque Miguel se nos antoje un tanto aniñado y escasamente curioso para su edad-, tiene como contrapartida, caso insoslayable, cierta superficialidad en los personajes, algunos cercanos al estereotipo de puro reconocibles, como el abuelo o María Luisa. A pesar de todo, se advierte un esfuerzo por individualizarlos con indudable destreza mediante la sutil repetición de gestos, actitudes y tics lingöísticos que, si no añaden profundidad a los tipos, si los delimitan.
El estilo y la concepción de Háblame del tercer hombre pueden dar la sensación a algún lector de encontrarse ante una obra menor, precisamente porque no suceden grandes cosas, porque todo está dicho como en voz baja, sin ostentación, con suavidad, sin contrastes violentos. Es cierto que podría tal vez haberse establecido una oposición más marcada entre el tiempo pretérito evocado y el camino emprendido por el Miguel adulto, una vez que -significativamente- ha colgado el uniforme de su servicio militar. La actualidad cubre sólo el capítulo postrero, y acaso podría haberse construido con mayor extensión y con más engarces que vinculasen el hoy al tiempo pasado, porque ya no era necesario mantener la perspectiva indecisa de antaño. Pero, aún así, el final, con su referencia a la película de Carol Reed, cierra con brillantez una construcción en la que nada parece dejado al azar. un lenguaje muy cuidado, con el desliz de algún imperceptible catalanismo ("girarse", págs. 52, 136; "tirar" una carta, pág. 170) y alguna perífrasis mejorable ("acostumbrada a ir", pág. 100) sirve de vehículo adecuado a este refinado y sugestivo relato, recomendable para lectores de paladar fino y enemigos de la comida rápida.