Novela

El corazón de la niebla

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

3 octubre, 2001 02:00

SEIX BARRAL. BARCELONA, 2001. 287 PÁGINAS, 2.goo PESETAS

Continúa Miguel Sánchez-Ostiz fiel a un ya dilatado proyecto narrativo que se vertebra como una requisitoria moral contra la degradación colectiva de la España de la transición. En parte centrada en Umbría (nombre alegórico de su Pamplona natal), en parte emplazada en otros lugares representativos (Madrid o el País Vasco), funciona como el efecto de círculos concéntricos trazados por las piedras arrojadas a un estanque.

En parte centrada en Umbría (nombre alegórico de su Pamplona natal), en parte emplazada en otros lugares representativos (Madrid o el País Vasco), funciona como el efecto de círculos concéntricos trazados por las piedras arrojadas en un estanque. Este planteamiento tiene la ventaja de que cada uno de sus vigorosos y encolerizados títulos puede leerse con independencia del resto. Pero también el inconveniente de que sueltos sólo dan un pálido reflejo del mapa total de la ignominia contemporánea. Que es, un poco barojianamente, donde se halla el sentido de la prosa inflamada del escritor.

Esta observación preliminar a propósito de la nueva novela de Sánchez-Ostiz no hace mucha falta para quienes hayan seguido su obra, pues pronto reconocerán en ella las claves sustantivas del autor: una historia de violencias y corrupciones, un propósito de análisis que conduce a una denuncia y un estilo que acentúa algunos elementos retóricos para producir un énfasis revulsivo. En esta ocasión cuenta los sucesos un testigo, el cual, sabiendo muchas cosas, ignora otras, por lo que practica un método mayéutico: aunque resulte explícito, busca que el lector descubra la perversidad escondida tras los acontecimientos.

La historia se centra en un tal Arróniz, un gestor de la política cultural socialista que abandona Madrid buscando su realización en un entorno rural y muere en circunstancias sospechosas. Esa anécdota se diversifica por un par de caminos. Por un lado, en un censo de noticias que llevan a los característicos reproches del autor a un tiempo plagado de vividores y materialistas. Esta vertiente ocupa menos que en otros libros de Sánchez-Ostiz y queda en un plano inferior respecto del segundo asunto, la búsqueda por Arróniz de la identidad personal dentro de la compleja sociedad vasca y del nacionalismo.

Teniendo la novela un cierto tono ensayístico, es ante todo una ficción, así que ese asunto se despliega como una narración entre psicologista y sociológica donde aflora con contundencia un drama humano. Lo colectivo, de tanto peso en la obra, se hace verdad porque se trata como un drama acerca de motivos intemporales: el regreso a la patria o la decepción de un moderno y equivocado Ulises; la mitificación de la identidad colectiva, y, por su fuerte carga emocional, el problema de la soledad.

De todo ello sale otro asunto que engloba los anteriores, la frustración. Sánchez-Ostiz ofrece, como suele hacer, la historia de un fracaso a cuya materialización contribuyen determinantes personales, conflictos ambientales y razones históricas. Inserto todo ello en una indagación en temas universales y a la vez de perentoria actualidad: la verdad y la mentira, la justicia y la ley dela fuerza. Esa mezcla de preocupación por lo intemporal y de alerta por los más graves conflictos se salda, según la cita que cierra el libro, con un negativo alcance antropológico: no se persiguen las fieras de una misma especie; al contrario que los hombres, "que no hay fiera tan digna de temerse". ¿Realismo o misantropía? Una dulcificación de la lengua imprecatoria tan típica del autor da al alegato un tono menos arrebatado que otras veces, aunque no menos pesimista.