Image: La mancha humana

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Novela

La mancha humana

PHILIP ROTH

7 noviembre, 2001 01:00

Traducción de Jordi Fibla. Alfaguara. Madrid, 2001. 339 páginas, 2.950 pesetas

Bien podría haber tomado Philip Roth, para esta su última novela, el título de la que Gonzalo Torrente Ballester publicó en 1992, La muerte del Decano. En otra ocasión ya reparamos en la reiterada presencia de crímenes y muertes en el subgénero narrativo que los anglosajones han dado en denominar "campus fiction".

Así sucede en Becas flacas de Tom Sharpe, en Asesinato en la cátedra de Amanda Cross, en Un tueur en la Sorbonne de René Réouven, y por partida doble, o triple, en La mancha humana, donde el linchamiento social que el ex decano de la Universidad de Athena Coleman Silk sufre por mor de la corrección política causa la muerte de su esposa Iris Gittelman, y donde el propio protagonista perece, junto a su amante Faunia Farley, en un extraño accidente que el novelista narrador de su historia atribuye a la venganza del ex marido de esta última, un desequilibrado ex combatiente del Vietnam.

Ex decano, ex marido, ex combatiente: Philip Roth, el "enfant terrible" de la novela judía norteamericana, desarrolla aquí brillantemente nuevas facetas de ese gran mito que la sociedad estadounidense ha consagrado, el de las huellas indelebles que deja en la vida de las personas todo lo que se fue. Nada, sucede gratuitamente, y sus consecuencias marcan para siempre a los individuos, que llegan así a carecer, en cierto modo, de un futuro libre de ataduras sentimentales o sicológicas.

Roth, acreditado maestro en el monólogo interior y el "stream of consciusness", opta en esta oportunidad por un planteamiento narrativo tradicional muy efectivo. La base está en el diálogo, en un descriptivismo detallado de los personajes, y en la perspectiva de un yo testigo, a modo de alter ego del propio escritor. Se trata en este caso de Nathan Zuckerman, un novelista judío al que el protagonista quiere convencer para que escriba el drama de su condena universitaria y social por racismo. Un día, en clase, embriagado por la fraseología homérica, Coleman dijo de sus alumnos absentistas que podrían haberse "hecho negro humo" (pág. 17), alusión que tomó en su sentido literal y discriminatorio un estudiante de color. El calvario consiguiente, ilustrativo de esa plaga de la corrección política que inficciona los campus y constituye la última manifestación, hasta la fecha, de la censura, ejercida esta vez no por el Estado, el Gobierno o el Partido, sino por la propia sociedad civil, no es, sin embargo, lo que acaba seduciendo al narrador, sino el secreto de la vida de Coleman Silk, duplicado en cierto modo por el de su amante, las dos víctimas cuyo trágico final, adelantado muy pronto (a la altura de la pág. 71) impregna el texto de una cierta ironía trágica.

Roth juega con esta clave culturalista no sólo en lo que acabo de apuntar, y en la elección del lema que abre su novela, tomado del Edipo rey. El protagonista es, en esta novela, un profesor de lenguas clásicas que profesa in partibus infidelium, una Universidad sin lustre de Nueva Inglaterra, y uno de sus conflictos académicos previos a la denuncia por racista había sido la protesta de otra alumna que consideraba degradantes para las mujeres las tragedias de Eurípides que Coleman explicaba en su curso referenciado como DHM ("dioses, héroes y mitos"). Claro que para Roth, como para Joyce o para Valle, la tragedia contemporánea es esperpento, y no damos hoy por hoy para más que para la degradación grotesca de los héroes antiguos, y de sus pasiones.

El gran tema de La mancha... no es otro que la capacidad de simulación del yo para crearse su propia identidad. Asunto que no tiene aquí una plasmación filosófica o lírica, sino absolutamente imbricada con aquel gran mito norteamericano al que antes me refería. El novelista alter ego de Roth es seducido por un "singular acto de invención" de su amigo Coleman. "Cada día, al levantarse, era lo que había hecho de sí mismo" (pág. 420): un judío, cuando en realidad había nacido como uno de esos "negros de piel clara a los que a veces se les toma por blancos" (pág. 29). Las peripecias de tan sofisticada metamorfosis acaban desplazando en el interés de la intriga a las miserias de la vida universitaria, con sus neurosis de corrección política certeramente apuntada aquí y figuras espléndidas como la de la profesora Delphine Roux, y nos conducen a la gran paradoja de que Coleman acabe destruido por su supuesta animosidad contra la raza a la que pertenecía, y de la que había conseguido escapar no sin gran esfuerzo de imaginación por su parte.

La mancha humana participa de las mejores virtudes de la narrativa norteamericana, directa, fiel al principio de la realidad contemporánea como materia novelable, ajena a los paños calientes y con una capacidad muy elevada de seducirnos a los lectores. La acción se sitúa en 1998, y como telón de fondo aparece "el éxtasis de la mojigatería" (pág. 12) desencadenado por Mónica Lewinsky, la muchacha que "ha revelado más de Estados Unidos que nadie desde Dos Passos" (pág. 189). Sin tapujos se puede decir que ésta es una de las primeras novelas donde apunta el arraigo de un nuevo fetiche, la felación, y se incorpora la Viagra como poderoso agente catalizador de la trama.

Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933) forma, junto a Norman Mailer y a John Updike, el gran triunvirato de las letras americanas actuales. Como ellos, Roth puede presumir de inconformista y provocador. De familia judía, estudió en la Universidad de Chicago, donde fue profesor de inglés. Más tarde, enseñó Creación Literaria en Iowa y Princeton. Ha ganado dos veces el National Book Award for Fiction, dos veces el National Book Critics Circle Award, el Faulkne y el Pulitzer 1998 por Pastoral americana y entre sus obras destacan, además, El lamento de Portnoy y Lección de anatomía.