Image: Mi viajera

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Novela

Mi viajera

AGUSTÍN CEREZALES

7 noviembre, 2001 01:00

Alfaguara. Madrid, 2001. 276 páginas, 2.350 pesetas

Agustín Cerezales (1957) no es un escritor de los que se dejan llevar por modas o tendencias. Compone sus obras con total independencia y explora formas narrativas de distintas raíces sin sentirse obligado a mantenerlas rígidamente, lo que le permite mezclarlas en el mismo texto, estableciendo así un dinamismo novelesco que nada tiene que ver con los movimientos de la historia narrada, sino con la propia construcción del relato. De hecho, puede contarse sintéticamente el contenido de Mi viajera -esto es, la historia- tal como suele hacerse en las sinopsis publicitarias, pero el resultado sería muy pobre, además de impreciso. Porque no es la anécdota lo que importa en la novela de Cerezales, sino precisamente su entidad como tal novela. Empecemos por decir que Mi viajera es una narración en segunda persona, a la manera de otras que surgieron en la literatura europea impulsadas por una conocida obra de Michel Butor. Pero el recurso al artificio de la segunda persona narrativa no es aquí simple y ostentoso alarde para alejarse visiblemente de los módulos habituales. Aquí, la mirada del narrador no sólo observa movimientos ("te sientas en la cama, abrazada a tus rodillas y al pico de la sábana, esperando a que pase la angustia") o anota impresiones internas ("te viene la misma sensación de ayer, al bajar del tren"), sino que tantea posibilidades diversas en la construcción de la historia, apuntando orientaciones diferentes entre las que forzosamente hay que escoger.

De este modo, el narrador va construyendo con destreza -y también desconstruyendo, habría que decir- la figura del personaje femenino, Matilde Aguiar, que a sus 40 años y en un período de desconcierto vital busca recobrar la serenidad volviendo a los parajes en los que transcurrió su infancia. La novela sólo cuenta en apariencia un corto viaje por una sierra sobre la que acaba de caer una gran nevada que dificulta cualquier desplazamiento. Pero, en realidad, el lector asiste a la misma elaboración de la novela, a las frecuentes dudas del narrador acerca de lo que está creando, titubeos que llenan también de dudas, incertidumbres y contradicciones el perfil del personaje tal como va delineándose ante el lector. El retrato de Matilde Aguiar está lleno de zonas de sombra, porque los datos que se ofrecen arrastran interferencias de modelos literarios -como sucede con la expedición de Matilde en compañía de los cazadores- o incorporan súbitamente, mezclándolas con los rasgos propios, informaciones referidas a otros personajes. Así, cuando el lector no sabe a ciencia cierta si Matilde estuvo casada tres veces, como afirma, una sola o ninguna, el personaje asevera: "No estoy casada, pero estuve a punto de casarme. Me eché atrás cuando vi que él prefería un partido de fútbol a pasar la tarde conmigo" (pág. 212), dato éste que se ha dado antes como razón para explicar el fracaso matrimonial del taxista Trini. Matilde Aguiar se hace y se deshace, como un cuadro en que los sucesivos retoques van modificando las líneas y mezclando colores que antes aparecían separados. Es un personaje in fieri, en continua formación, que incluso apunta una rebeldía muy unamuniana. El hecho de que los derroteros que se van ofreciendo para proseguir la historia tengan con frecuencia origen en modelos literarios explica la forma de proceder de un escritor, y justifica también la discreta presencia de alusiones intertextuales a obras concretas, de Francisco Ayala (pág. 115), Quevedo (124) o Monterroso (págs. 130 y 234), entre otras más disfrazadas, como las que evocan unos versos de san Juan de la Cruz.

Con todo esto, el lector habrá deducido ya que Mi viajera no es, por desgracia, una novela para grandes masas de público. Es una obra muy personal y bien escrita -con algún levísimo desliz-, repleta de finas y hondas observaciones psicológicas, que recompensará a quienes sepan adentrarse por los sutiles intersticios de su fábrica.