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Mi viajera
AGUSTÍN CEREZALES
7 noviembre, 2001 01:00De este modo, el narrador va construyendo con destreza -y también desconstruyendo, habría que decir- la figura del personaje femenino, Matilde Aguiar, que a sus 40 años y en un período de desconcierto vital busca recobrar la serenidad volviendo a los parajes en los que transcurrió su infancia. La novela sólo cuenta en apariencia un corto viaje por una sierra sobre la que acaba de caer una gran nevada que dificulta cualquier desplazamiento. Pero, en realidad, el lector asiste a la misma elaboración de la novela, a las frecuentes dudas del narrador acerca de lo que está creando, titubeos que llenan también de dudas, incertidumbres y contradicciones el perfil del personaje tal como va delineándose ante el lector. El retrato de Matilde Aguiar está lleno de zonas de sombra, porque los datos que se ofrecen arrastran interferencias de modelos literarios -como sucede con la expedición de Matilde en compañía de los cazadores- o incorporan súbitamente, mezclándolas con los rasgos propios, informaciones referidas a otros personajes. Así, cuando el lector no sabe a ciencia cierta si Matilde estuvo casada tres veces, como afirma, una sola o ninguna, el personaje asevera: "No estoy casada, pero estuve a punto de casarme. Me eché atrás cuando vi que él prefería un partido de fútbol a pasar la tarde conmigo" (pág. 212), dato éste que se ha dado antes como razón para explicar el fracaso matrimonial del taxista Trini. Matilde Aguiar se hace y se deshace, como un cuadro en que los sucesivos retoques van modificando las líneas y mezclando colores que antes aparecían separados. Es un personaje in fieri, en continua formación, que incluso apunta una rebeldía muy unamuniana. El hecho de que los derroteros que se van ofreciendo para proseguir la historia tengan con frecuencia origen en modelos literarios explica la forma de proceder de un escritor, y justifica también la discreta presencia de alusiones intertextuales a obras concretas, de Francisco Ayala (pág. 115), Quevedo (124) o Monterroso (págs. 130 y 234), entre otras más disfrazadas, como las que evocan unos versos de san Juan de la Cruz.
Con todo esto, el lector habrá deducido ya que Mi viajera no es, por desgracia, una novela para grandes masas de público. Es una obra muy personal y bien escrita -con algún levísimo desliz-, repleta de finas y hondas observaciones psicológicas, que recompensará a quienes sepan adentrarse por los sutiles intersticios de su fábrica.