Piedras encantadas
RODRIGO REY SOSA
21 noviembre, 2001 01:00Es bueno dejar sentadas estas ideas para introducir a Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958), un escritor cuya sobriedad y aparente transparencia en nada recuerda a sus mayores si buscamos en él las señas de una tradición que se sirvió de lo real, lo maravilloso y lo mítico para trascender la denuncia de sus mundos respectivos, pero a quien también el ambiente de violencia empujó a abandonar durante un tiempo esa "pequeña república donde el linchamiento ha sido la única manifestación perdurable de organización social". Aunque él ni siquiera cuando residió en Tánger -experiencia que transformó en La orilla africana- lo abandonó como materia de cuentos y novelas cortas con las que ha ido sumando un excelente inventario de logros encauzados a través de su particular forma de venganza contra lo que sucede en Guatemala.
Y allí ha vuelto. Y de nuevo la épica de ese mundo urbano lleno de contradicciones es escenario de un argumento que sabe sostenerse en lo anecdótico sin restar importancia al carácter testimonial de lo que cuenta, a la gravedad del tema y los dilemas morales que suscita. Así lo sugiere el título, que contiene la idea de ese mundo social lleno de contrastes a la vez que nombra a una poderosa pandilla de niños de la calle. La historia la resume un turbio suceso: un hombre atropella a un niño en una de las avenidas de la ciudad, pero no se detiene. El incidente podía haberse quedado ahí de no ser el niño hijo adoptivo de un militar muy conocido, de no existir el rumor de que fue provocado el accidente; de no intervenir en la investigación un detective empeñado en rastrear lo ocurrido, de no saber éste que en esa ciudad policial todos participan "en el oscuro negocio de la información", y eso propicia poder obtener datos tanto de los que ocupan la cumbre de la vida social guatemalteca como de los niños de la calle. Pero el final de esa historia abierta no es lo que cuenta. Sí la historia reciente de la ciudad, las intrigas que la mueven. Es ese inquietante universo urbano el que queda retratado. Eso es lo que cuenta. Y la maestría de un narrador que reafirma su habilidad para implicarnos en la trama de una realidad que no admite lectores, ni lecturas, indiferentes.