Novela

Mil dolores pequeños

Coloma Fernández Armero

17 julio, 2002 02:00

Plaza. 216 páginas, 16’90 euros

"Mil dolores pequeños a veces me anonadan" dice el verso de Celaya en el que Coloma Fernández Armero (Gijón, 1962) se inspiró para acotar la idea de esta su primera novela (precedida por los diarios Querida yo). Aunque mejor sería decir que con las tres palabras iniciales resume los síntomas de la enfermedad que padece la protagonista de su libro y que van compareciendo en él hasta brindarnos, en un relato de trama ligera y escueta, de ágil lectura y de divertidas e ingeniosas situaciones, el diagnóstico al que apunta el mal que padece. Son males minúsculos, subraya, y sin embargo su curación es de vital importancia para, tras la ruptura con su pareja, resarcirse de su fracaso.

Pero vayamos por partes. Vayamos primero a su autora, acostumbrada a bregar con actividades creativas -periodismo, publicidad, cine-, lo que deriva en un talante creativo que aporta a este relato las mejores cualidades. Su personaje, en cambio, representa un caso común que no aporta gran cosa desde el punto de vista argumental: a sus 33 años, tras diez de pareja estable, Ona expresa su deseo de tener un hijo en un momento en que su historia flaquea, lo que a él le proporciona la excusa perfecta para acelerar la ruptura reforzado por una nueva relación con otra mujer más joven. Con ánimo de curar su rabia ella decide viajar a Nueva York. Un apartamento en Manhattan es el escenario en el que instala su resaca emocional decidida a combatir los "mil dolores" que le asedian.

Desde él apenas se mueve; su cabeza, entregada al recuerdo, se lo impide. Esos recuerdos, presentados por una especie de alter ego que registra voces en off y efectos ambientales en una original disposición de planos y escenas que van y vienen del pasado al presente articulando el boceto de su historial emocional, compiten con la oportunidad que le ofrece el anonimato de una ciudad llena de tipos pintorescos. Pero su batalla es contra ella misma, entre la realidad y sus deseos, y no descansará hasta hallar la manera de conciliar esos dos frentes. Y no regresará hasta que no logre un cauce para su obsesión. Quizá para sentirse menos vulnerable ante esos "mil dolores" que le "anonadan", y a pesar de ellos repetirse el final de esa estrofa tomada de Celaya: "pero vuelvo, y aún vuelvo, y vuelvo todavía".