Image: Días de mucho

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Novela

Días de mucho

Antón García

31 julio, 2002 02:00

Antón García. Foto: Ediciones Trabe

Traducción del autor. KRK. Oviedo, 2002. 164 páginas, 13’95 euros

El caballero veneciano Giacomo Casanova, seductor universal, decidió a finales del siglo XVIII escribir sus Memorias en francés y no en véneto, que era su lengua vernácula, "parce que la langue française est plus répandue que la mienne", como él mismo declara.

Salvando las distancias, algo así ha hecho Antón García, que confiesa en una nota preliminar que "el asturiano es mi lengua de comunicación diaria y aquella en la que me gusta crear", pero traduce él mismo esta obra suya, publicada por vez primera en 1997, tras haber recibido el premio de novela Xosefa de Xovellanos.

Días de mucho es una obra construida sobre la evocación de un mundo infantil unido a un ámbito rural progresivamente despoblado, de tal manera que la pérdida de la infancia corre paralela al abandono del marco físico en que transcurrió. La evolución sentimental y anímica del narrador, Falín, tiene de este modo su correlato en la transformación familiar y social provocada por la forzosa emigración a la ciudad. Esta doble faceta, sutilmente armonizada en las páginas de la obra, es acaso el componente más valioso y hondo de Días de mucho. La literatura narrativa está repleta de evocaciones del mundo infantil y del paso a la adolescencia, de modo que resulta muy difícil contar algo que no sea previsible o familiar, y ha hecho muy bien el autor en no intentar una especie de radiografía o inventario de síntomas de esa etapa que tantas veces ha sido motivo literario. La originalidad sólo puede radicar en la intensidad de la evocación, en la pureza de las sensaciones, en la selección de rasgos significativos que se integren armoniosamente en la estructura del conjunto. Así, la narración del baño de Falín, Selmo y Mon en la poza sólo tiene sentido porque sirve para introducir el personaje de Vítor, que luego tendrá importancia primordial; el baile nocturno se relata porque un hecho fortuito de esa noche conducirá al dramático desmoronamiento de Mon, cuya embrionaria historia de amor adolescente y, a la vez, duradero es un excelente logro de la novela.

En conjunto, pues,Días de mucho es obra bien construida, aunque en algunos aspectos resulte un tanto esquemática. La escasez de sucesos y su aparente insignificancia quedan compensados por el plus de sentido que les otorga su forma de insertarse en la novela. La historia de los abuelos, descubierta de golpe por el joven Falín, se une a otros hechos cercanos, como la desaparición de Mon, el gravísimo accidente sufrido por Selmo y el inesperado percance de Aurora, que se convierten en otros tantos síntomas de un cambio radical, del paso de una edad a otra, del final de una época que es también un conjunto de costumbres y creencias y un modo de vida. Los dos personajes femeninos, Aurora y Rita -dejemos aparte a la madre, apenas una sombra- adquieren también cierta categoría casi simbólica, porque representan, a pesar de su semejanza, actitudes diferentes ante la sociedad y la vida, que se engloban implícitamente en los ámbitos rural y urbano. Aurora es, por así decir, el pasado tradicional y Rita el futuro al que Falín se encaminará tras su emigración. Nada tiene de particular, por consiguiente, que sea Rita la que acude a recibirlo cuando, años más tarde, acude al pueblo de su infancia.

La prosa del autor alcanza momentos de calidad en ciertas percepciones sensoriales: "En el aire había quedado flotando el aroma húmedo del agua, un olor que tiene el mismo color de las algas, ese tacto líquido" (pág. 130). Pero no está exenta de descuidos: "aquel agua" (pág. 20), "prefería ir tirando [...] que enfrentarse a..." (pág. 41), "nos andaran buscando" (pág. 135) por ‘nos anduvieran’, o la mención de un pueblo lejano como "donde Cristo dio las últimas voces" (pág. 111), cuando el giro exige ‘las tres voces’ por razones bien conocidas.