Image: El mundo a media voz

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Novela

El mundo a media voz

José María Ridao

5 septiembre, 2002 02:00

José María Ridao. Foto: Ángel Lossada

Círculo de Lectores. Barcelona, 2002. 355 páginas, 14’50 euros

Sería deseable que el diplomático José María Ridao (Madrid, 1961) prestase una dedicación más continuada a la literatura narrativa. Su primera novela (Agosto en el paraíso, 1997) no era precisamente desdeñable y ésta, mucho más perfecta, alcanza una madurez expresiva y una hondura que atestiguan página tras página la presencia de un excelente escritor, amenazado tal vez por el pelibro de la prolijidad verbal y expositiva, pero con un mundo interior rico y variado que, convertido en literatura, puede dar mucho juego.

No conozco el libro de relatos Excusas para el doctor Huarte (1999), pero sospecho que su lectura corroboraría esta impresión. En El mundo a media voz, Martín viaja hasta Angola para tratar de reconstruir la historia del abuelo Germán, que emigró a la colonia portuguesa a raíz de la guerra civil. Acosado por la fiebre, Martín irá descubriendo retazos del pasado, rehaciendo el oscuro mosaico familiar, del que se había hecho "un mundo a media voz, un mundo del que sólo se hablaba incidentalmente y mediante susurros" (pág. 334). Pero la historia del abuelo Germán -que al cabo resulta poco ejemplar- se inscribe en los prolongados y convulsos movimientos previos a la independencia de la colonia, de igual modo que la historia adulta de Martín comienza con el cambio de régimen en España a partir de 1975, con lo que la descomposición del régimen colonial portugués y el final de la dictadura española adquieren un súbito paralelismo, que se una a otras analogías no menos evidentes entre el itinerario del abuelo y las experiencias del nieto.

La inserción de los personales y de su trayectoria personal en el conjunto de sus circunstancias históricas no convierte, sin embargo, la obra en crónica ni estorba su dimensión artística. Los escenarios angoleños están vivida y precisamente evocados, los planos temporales y las voces y perspectivas narrativas se alternan y hasta se superponen con maestría, las descripciones acuden con frecuencia a la elipsis y a los destellos sucesivos de las enumeraciones nominales. Léase el pasaje sobre el club de jazz (págs. 272-273), o bien párrafos de este tipo: "Despierta, Martín, despierta, y Martín despierta o parece que despierta, sí: una lámpara avarienta cercada por el vuelo parpadeante de insectos y polillas, un techo como un mapa perfilado de humedades y hendiduras, pintura y yeso desprendidos" (pág. 160). La misma escena e idénticas impresiones reaparecen en otros momentos con diferente intensidad -procedimiento utilizado en varios casos-, porque la narración va y viene, se detiene en resúmenes, cambia de enfoque. Toda la historia está enmarcada por el delirio febril de Martín que abre y cierra la novela, lo que explica el vaivén y la mezcla de impresiones y recuerdos, las informaciones confusas, las reiteraciones, las analepsis. Todos estos aspectos técnicos están cuidados con notable destreza. Las escenas de una ciudad nocturna y peligrosa, llena de patrullas armadas y de signos ominosos que se suceden sobre un fondo lejano de gritos y disparos, recuerdan los ambientes más tensos esbozados por Sender en su Epitalamio del prieto Trinidad, por citar una obra que contiene algunas afinidades fortuitas con ésta de Ridao.

Y conviene destacar el cuidado lenguaje, enriquecido por el uso de formas locales irrenunciables -garopa, mosseque, zanzala, kitanda, funge, etc.- y con muy pocos lunares: algún galicismo ("confundidos a pérdida de vista", pág. 7; "la usura del tiempo", pág. 144), algún calco del inglés ("su entera felicidad dependía de ella", pág. 293) y algún uso erróneo, como anatemizado por ‘anatematizado’. No faltan ciertos casos en que el deleite verbal conduce a la demasía. En "lo general resultaba no serlo, lo amplio devenía angosto y de algún modo miope" (pág. 169), la calificación "miope" es, por varias razones, improcedente. Pese a estos minúsculos deslices, El mundo a media voz es, sin duda, buena literatura.