Image: La voz dormida

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Novela

La voz dormida

Dulce Chacón

5 septiembre, 2002 02:00

Dulce Chacón. Foto: Mercedes Rodríguez

Alfaguara. Madrid, 2002. 387 páginas, 15’95 euros

Durante un buen tiempo posterior al franquismo, las letras españolas ignoraron tanto las raíces ideológicas de la guerra como la vida cotidiana bajo la dictadura. Fue la respuesta consecuente a una transición política basada en un pacto implícito de no hurgar en el pasado y en el olvido de tantos traumas, violencias e injusticias.

Pero una cosa es el borrón y cuenta nueva y otra la ignorancia del pasado. Por eso, en muchos órdenes de nuestra vida se ha vuelto al ayer. Con toda razón, los descendientes de quienes sufrieron sumarias ejecuciones quieren rescatar los restos que todavía siguen en fosas comunes para darles digna sepultura y así honrar su memoria. En el campo de la historiografía, un estudio reciente de Mary Nash ha desvelado el papel de la mujeres republicanas en la guerra civil. Y en la literatura y el cine, un escrito de Antonio Rabinad sobre las libertarias se convirtió hace no mucho en película de éxito.

En este contexto de recuperar aspectos poco conocidos o marginados de nuestro pasado inmediato con una intencionalidad reivindicativa se inserta la novela de Dulce Chacón La voz dormida, cuyo mismo título desvela ese propósito: se refiere a las mujeres que sufrieron la persecución franquista. Si ha habido una épica de los hombres que lucharon contra el ejército sublevado y sus adláteres, y padecieron los crueles castigos infligidos a los derrotados, Chacón quiere sumar a ella la épica de las mujeres antifascistas que fueron también víctimas del odio y las represalias de los vencedores.

De eso trata La voz dormida. De un puñado de mujeres, algunas ejecutadas y otras presas en ignominiosas condiciones; también de otras varias mujeres que ayudaron a la guerrilla antifranquista. Al lado de ellas, claro, aparecen algunos hombres que sufrieron aquellos cainitas rigores. En suma, Chacón hace el retrato de la represión carcelaria franquista desde el fin de la guerra hasta el año 1963 centrado sobre todo en el sufrimiento femenino.

Esta voluntad reivindicativa y testimonial es lo más notable de la novela, sobre todo porque a la no poca literatura ya existente sobre la realidad carcelaria y represiva añade los padecimientos de las mujeres. La materia que trata tiene en sí misma tal fuerza emocional y apela a principios éticos y humanitarios tan fundamentales, que basta por sí sola para proveer de interés al relato, más si, como parece el caso, la autora recupera el intrínseco dramatismo de hechos documentalmente ciertos, probables, o al menos posibles. Todos los horrores que cuenta, por mucho que ya los hayamos leído en la inacabable lista de novelas sobre la represión política, si se presentan con un mínimo de calor, verdad y destreza impresionan a la fuerza. Y eso ocurre en esta novela, que no dice cosas en detalle nuevas, pero sí las dice con emoción y coraje.

Con simpatía y aplauso ha de recibirse esta novela intensa y comprometida por quienes pensamos que la literatura sirve al conocimiento del mundo, al que aporta valores morales. Pero siendo esas condiciones necesarias, no son suficientes cuanto literatura. Y aquí las felicitaciones a Chacón ya no pueden ser al menos incondicionales. Y ello por razones que afectan tanto al fondo como a la forma.

El contenido de La voz dormida se resiente de una idealización ajena y anterior a los hechos y a los personajes. Lo que cuenta será verdad -y no dudo de que reproduce sucesos que fueron tal cual se dice-, pero resulta literariamente esquemático e insuficiente. Traza Chacón un mundo de buenos y malos sin matices, con presas bondadosas y enteras, solidarias, y carceleras odiosas y sanguinarias, entre éstas una monja que de puro perversa resulta inverosímil. Este maniqueísmo afecta a todo el relato y rebaja mucho el mérito de alguna figura más concebida con individualidad de carne y hueco, como una tal Pepita, auténtico ser doliente y víctima entrañable de las circunstancias (aunque su pasión amorosa no se explica lo bastante para ser creíble del todo).

Tampoco convence el cómo se cuenta esta historia que enfrenta comportamientos rectos y bajos instintos. Lo hace un narrador externo pero comprometido con las anécdotas, como se ve en su modo de hablar, subjetivo, que acude en todo momento a recursos propios de la lírica, en especial repeticiones anafóricas y frases nominales. Este enfoque resulta monótono y cansino, y además convierte la descripción de los sentimientos en una especie de sentimentalina con el consiguiente reblandecimiento de las emociones. Ese narrador aporta su mirada cómplice y tierna, pero no elude un ternurismo efectista, humanamente todo lo positivo que se quiera, pero de efectos literarios no muy felices. Merece la pena leer La voz dormida por la intensidad dramática de algunas situaciones sueltas y por la recta actitud con que la autora desem- polva episodios cuya recuperación conviene para que tengamos una guía de lo que no debe repetirse.