Image: Latente

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Novela

Latente

Menchu Gutiérrez. siruela. madrid, 2002. 140 páginas, 12 euros

14 noviembre, 2002 01:00

Menchu Gutiérrez. Foto: Archivo

Siruela. Madrid, 2002. 140 páginas, 12 euros

La obra narrativa de Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957) delata inequívocamente que el sustrato sobre el que se asienta es de naturaleza poética, ámbito en el que se forjaron los primeros libros de la autora.

No es que las páginas de Latente exhiban los rasgos de lo que suele entenderse como "prosa poética", sino que la reducción de la anécdota, así como el predominio de una mirada autorreflexiva, que se demora pormenorizadamente en la apreciación de múltiples detalles sutilísimos, de percepciones sensoriales -luz, olor, temperatura, colores, etc.- rápidamente interiorizadas y fundidas con recuerdos y estados de ánimo, sitúan muchos pasajes en los dominios de la lírica más intimista. Por otra parte, realidad y ensueño se confunden, borran sus límites, y las sensaciones lo dominan todo hasta provocar una ósmosis entre el sujeto y el entorno físico: "Merece la pena detener la actividad de la mañana y ajustar el pulso al pulso de la niebla [...] El tiempo se cuenta en forma de respiración blanquecina ligada a la niebla. Cuando dos presencias acompasan su respiración, el tiempo desaparece, diluido como los colores en el blanco [...] Los ojos de Ella se empañan como un cristal" (pág. 19). Sería difícil narrar, aunque fuera de modo superficial, la historia de Latente porque está formada por una sucesión de momentos introspectivos con un mínimo hilván cronológico y tan acusadamente abstractos que incluso los escasísimos personajes entrevistos no pasan de ser identificados como "Ella" o "él". Acaso el lector recuerde en algunos momentos las fórmulas narrativas de los escritores de la nouvelle vague -cuya concepción de la novela es, sin embargo, radicalmente distinta- por el carácter elusivo del relato, por la disgregación de las acciones o su decidida disolución y también por el deliberado escamoteo de datos que permitirían reconstruir una "historia" más o menos acorde con los modelos tradicionales del género narrativo.

Latente es un buceo arriesgado, un descenso a los oscuros impulsos del deseo y a su plasmación en sueños, ensoñaciones y reminiscencias mediante variadas imágenes -aptas para la indagación psicoanalítica- o merced a sensaciones de progresiva intensidad -la luz, la temperatura solar, un perfume delicado que atrapa como un lazo, la frialdad de la nieve sobre los labios- que se adueñan del sujeto solitario y anhelante y pueden desencadenar en él reacciones vivísimas. Es la inesperada vecindad que la autora provoca entre unas palabras y otras, el súbito parentesco y la asociación que éstas llegan a establecer en el decurso lo que permite crear un espacio significativo que las subsume, les confiere unidad y vertebra los textos. Y cabe advertir que, aunque de cualquier procedimiento narrativo puede afirmarse que es en sí mismo válido, éste de Menchu Gutiérrez es característico del discurso poético, de tal modo que Latente participa en alguna proporción, si bien con rasgos específicos y más intensos, de los caracteres que han llevado a hablar de una "novela lírica", espacio en el que se incluirían autores como Azorín o Gabriel Miró, con los que, a pesar de todo, la autora de Latente presenta pocas coincidencias, salvo en algunos párrafos descriptivos basados en la fusión de sensaciones: "La rosaleda se convierte de pronto en un hervidero de sonidos, las rosas zumban como abejas y la luz titubea a causa de los zumbidos. Millones de resplandores se encadenan, un diminuto relámpago golpea cada pétalo de rosa" (pág. 73).

Tal vez este alejamiento de los módulos habituales y previsibles de la narración produzca extrañeza o sorpresa en el lector -lo que, en cualquier caso, sería una reacción deseable ante un texto artístico-, pero va acompañado de una delicada sutileza en la expresión de estados íntimos que, unida a la excelencia de la prosa, compensará sobradamente a los amigos de leer historias más convencionales y novelas más conformistas.