Image: Conductas desviadas

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Novela

Conductas desviadas

Carlos Cañeque

9 enero, 2003 01:00

Carlos Cañeque. Foto: M.R.

Espasa. Madrid, 2002. 225 páginas, 17 euros

La frontera sutil que a veces separa la sátira del humor se ha borrado con frecuencia en nuestra literatura, casi siempre en beneficio del humor, que hace prevalecer la búsqueda de la jocosidad sobre cualesquiera otras posibilidades del discurso. El hecho de que Larra continúe siendo un modelo insoslayable y no superado de escritor satírico demuestra que el cultivo de esta modalidad literaria no ha sido uno de nuestros puntos fuertes en el último siglo y medio.

Carlos Cañeque (Barcelona, 1957) se reveló, gracias al premio Nadal obtenido por su novela Quién en 1997, como escritor bien dotado para la sátira de usos sociales y de ámbitos que conoce a fondo, como el del mundillo académico español (que por sí solo merecería un Voltaire o un Swift). En Conductas desviadas, el joven profesor Gregorio Hidalgo, incapaz de acabar una modesta tesis doctoral, frágil e inmaduro, acabará apartándose de su vocación primera, engullido por el vértigo de una sociedad hedonista y asentada en infinitos engaños y corruptelas. Se ha hablado de David Lodge a propósito de este autor barcelonés, y alguna afinidad puede encontrarse entre ambos -sobre todo por su enfoque crítico de la enseñanza universitaria, que los dos conocen-, si bien las páginas del escritor británico son mucho más corrosivas. A mayor distancia, podría también recordarse la obra de Roger Peyrefitte, algunos de cuyos títulos -Las embajadas, Las llaves de San Pedro, Los caballeros de Malta- constituyeron en su momento mordaces y vitriólicas estampas de la diplomacia, la política europea o el Vaticano que no han tenido luego equivalentes adecuados.

No hay que buscar en Conductas desviadas grandes alardes de técnica novelesca. El relato se desarrolla con agilidad, mezclando la narración en pasado y tercera persona -la historia externa de Hidalgo- con los monólogos interiores del personaje -su vida íntima- y con el uso del presente narrativo para las escenas de Jacinto Camacho, el escritor de éxito, en su ostentoso yate de recreo. A ello hay que añadir las páginas que se reproducen de la novela que Camacho escribe, parodia de un tipo de literatura popular con toques exóticos que hace pensar en algunos nombres conocidos. El ars narrandi busca sobre todo la funcionalidad, de modo que estas cuatro modalidades estilísticas ayudan a diferenciar los cuatro motivos esenciales de la historia. Mayor interés tiene el tratamiento de algunas escenas, así como el retrato del personaje central, sobre el que se acumulan eficaces pinceladas psicológicas que se desprenden de su comportamiento y de algunas de sus aficiones.

Este treintañero desnortado que investiga casos de "conductas desviadas" -desde el alcoholismo a la prostitución- como material para su tesis, acaba siendo él mismo, en cierto modo, un sujeto desviado, que abandona un incierto futuro académico por un brillante y bien remunerado empleo de "comunicador" que le permitirá ofrecer sus exiguos conocimientos, debidamente trivializados, a una masa dócil e indiferenciada de oyentes. La estima social de ciertas profesiones y la penuria y la precariedad de la investigación universitaria conducen a una elección casi irremediable. En Tiempo de silencio, el abandono forzoso de la investigación llevaba al personaje a un final de amarga y desolada resignación, porque la novela trataba de mostrar el carácter quijotesco, atópico e inútil de una tarea menospreciada por la sociedad coetánea. Ahora, cuarenta años después, la incapacidad para la ciencia no excluye al sujeto, sino que lo catapulta hacia el triunfo social, que es de orden esencialmente económico. Es indudable que, para una inmensa mayoría de ciudadanos, la escala de valores ha cambiado radicalmente. La falta de sustento moral de la sociedad aquí esbozada es lo que hace creíble la existencia de tipos como Maribel o Camacho, o de escenas como el almuerzo del rector de la Universidad y el decano de Filología -cuya conversación podría transcribir perfectamente una conversación real-, que podrá figurar desde ahora como pasaje antológico de nuestra literatura de denuncia.

La agudeza satírica, bien dirigida a motivos esenciales, compensa de algunas flaquezas que la novela contiene: ciertos excesos -en la descripción de la sauna, verdadero descenso a los infiernos de Gregorio Hidalgo, o en la extensión de algunos fragmentos de la novela de Camacho- y algunas construcciones lingöísticas mejorables: "el mérito era aún más remarcable" (página 70), "Vicente Soriano [...] fue encomendado [...] para organizar una nueva institución..." (página 75), "la práctica totalidad de las casillas" (página 92; ¿por qué no "casi todas las casillas"?), "las páginas que ha imprimido antes" (página 136), "aquel barco que ya hacía aguas por todas partes" (página 153, peligrosa confusión entre "hacer agua" y la forma en plural). Por lo demás, pocas cosas pueden reprocharse a esta novela de grata lectura.