Image: Los amigos del crimen perfecto

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Novela

Los amigos del crimen perfecto

Andrés Trapiello

20 febrero, 2003 01:00

Andrés Trapiello. Foto: M.R.

Premio Nadal. Destino. Barcelona, 2003. 334 páginas, 18’90 euros

El jurado del Nadal ha optado por una novela de un escritor experimentado y muy conocido: Andrés Trapiello (1953), cuya trayectoria narrativa abarca menos títulos que su obra poética y tampoco alcanza la extensión de sus ensayos o de los diarios que forman la serie Salón de pasos perdidos.

No obstante, basta comparar esta novela con la anterior (La malandanza, 1996) para advertir un notable progreso en la destreza narrativa del autor. Los amigos del crimen perfecto presenta a un grupo de personajes aficionados a los relatos de misterio que se reúnen todas las semanas en una tertulia en la que cada uno de ellos ostenta el nombre de un famoso detective o de un autor del género: Simenon, Miss Marple, Marlowe, Sherlock Holmes, Poe, etc. El inspirador y paladín del grupo es Paco Cortés, modesto escritor de novelas policíacas de quiosco, que ha elegido para la tertulia el alias de Sam Spade en honor al detective de su admirado Hammett y que es, en el fondo, un "letraherido" al que los fracasos le sobrevienen "por no saber dónde llegaba la literatura y dónde empezaba la vida" (pág. 172). Las acciones tienen como hilo conductor las andanzas de este personaje. Tras un arranque un tanto prolijo y no bien resuelto, asistimos en la primera parte a la tensa entrevista con su editor, a la frágil y melancólica relación con su ex mujer, a su intervención en las reuniones del variopinto grupo de los ACP o Amigos del Crimen Perfecto -entre los que hay un relojero, un policía, un abogado de poca monta, un emplea-do de Banco y hasta una dama de cierta posición-, precisamente en un aciago 23 de febrero, cuando se está produciendo la frustrada intentona del asalto al Congreso. La oportuna introducción de este motivo adquiere valor constructivo: permite enlazar con el personaje del comisario jefe golpista y prepara el sesgo político que la novela adquirirá en la segunda parte, con el inesperado asesinato que salpica por distintos motivos a algunos de los ACP.

Porque lo que importa en Los amigos del crimen perfecto no es la historia de la pintoresca tertulia -cuyos componentes aparecen cuidadosamente delineados por el autor, aunque tal vez con caracterizaciones demasiado descriptivas y definidoras-, ni siquiera la del frustrado matrimonio de Paco Cortés y Dora -cuya primera entrevista (págs. 93-104) tiene un espléndido desarrollo literario-, o la del misterioso crimen. Lo que aúna todos los motivos y componentes diseminados en la novela, es el problema de la justicia y sus límites con respecto a la ley y a la venganza personal. ¿Puede justificarse el asesinato de un asesino? La cuestión, que invade progresivamente la novela en su segunda mitad, proyecta sobre la historia narrada el recuerdo de sufrimientos heredados de la guerra, y enlaza el presente de los hechos relatados con el pasado histórico, lejano y, a pesar de todo, aún operante. Pero, al margen de esta localización temporal, la pregunta podría formularse a propósito de muchas otras situaciones, algunas de ellas más cercanas; si insisto en ello es para advertir que Los amigos del crimen perfecto no es una novela más sobre las consecuencias o la sombra alargada de la guerra civil. La respuesta a la pregunta enunciada antes no es sencilla, y en la novela de Trapiello resulta peligrosamente ambigua. Aunque el logro no sea perfecto, esta búsqueda de un tema que no se reduzca, como en otras novelas del autor, a determinadas circunstancias históricas concretas, sino que aspire a plantear cuestiones esenciales de la naturaleza humana y de la sociedad sin arrojar sobre el texto el énfasis de la trascendencia, es un indicio del avance que Trapiello ha dado a su obra narrativa.

También en la expresión idiomática, aunque el autor caiga a veces en la tentación de crear neologismos innecesarios o perturbadores: timbrar ‘pulsar el timbre’ (pág. 11); adictarse ‘hacerse adicto’ (pág. 40); oficinar ‘trabajar en una oficina’ (pág. 305). Y hay algunos descuidos que oscurecen los muchos logros de la prosa: "no se dignaron a decir nada" (p. 162); "no se dignó ni siquiera a preguntárselo" (p.188); "hacerla daño" (p. 289); "hacerlas el amor" (p.122); "un hijo bala perdido" (p. 47), entre otras erosiones y alguna frase embarullada: "¿Cuántos jueces prevarican sin que no les suceda nunca nada?" (p. 243).