Image: Cuerpos sucesivos

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Novela

Cuerpos sucesivos

Manuel Vicent

6 marzo, 2003 01:00

Manuel Vicent. Foto: M.R.

Alfaguara. Madrid, 2003. 207 páginas, 17’50 euros

Manuel Vicent se ha labrado una bien acreditada fama de prosista, y es indudable que algunos libros suyos, sobre todo los de carácter memorialístico, tienen buena parte de su atractivo en su estilo, donde a veces resuenan ecos no enteramente diluidos de Gabriel Miró.

Cuerpos sucesivos -título procedente de un verso de Cernuda- se presenta como una novela de corte fundamentalmente psicológico, donde lo que importa es la plasmación de unas pasiones en el espíritu atormentado de sus personajes y no tanto la narración de hechos externos. David Soria, catedrático universitario de Historia de la Literatura -denominación, por cierto, inexistente desde muchos años antes de la época en que transcurren los hechos-, ha visto cómo su matrimonio hacía crisis y comienza una nueva relación con otra mujer que, como él, arrastra, a su vez, una historia tortuosa de amantes a la que no son ajenos diversos componentes sadomasoquistas y vampíricos. Como escribe el narrador, con imagen un tanto desgastada: "Sus ríos venían de muy lejos, llegaban de varios cuerpos sucesivos y sus dos vertientes amorosas un día se juntaron en una sola corriente" (pág. 89). Esta circunstancia sirve de pretexto para evocar diversos episodios de la historia de ambos; de una historia entendida, eso sí, exclusivamente como encadenamiento de relaciones amorosas, lo que limita mucho su alcance, aunque la mayoría de esas relaciones ofrezcan un carácter enfermizo y decadente, como el que también aleteó en más de una ocasión sobre los relatos de Miró. Pero los personajes de Cuerpos sucesivos y sus acciones están en la novela tan desasidos de cualquier entorno reconocible -por mucho que se mencionen lugares concretos de Madrid-, son tan improbables, sobre todo en el caso de David, que se asemejan más a entes de razón que a personajes de carne y hueso.

Y el hecho es que la prosa de Vicent no hace en esta ocasión más que subrayar ese distanciamiento, gracias a la tendencia del autor a deslizarse hacia construcciones retóricas que pueden resultar impropias en boca, por ejemplo, del enamorado: "Sin conocerte te he soñado en el fondo de todos los valles, te he vislumbrado en la oscuridad de todos los aljibes, te he esperado en todos los atrios y por fin te veo llegar desnuda ante mí. Necesito verte" (pág. 29). La deriva hacia la oquedad se advierte igualmente en ciertas frases lapidarias y solemnes que de vez en cuando se insertan en la narración y la sobrecargan de énfasis: "Ningún placer está exento de mal. Y hasta la más excelsa voluptuosidad se llena a veces con quejidos de muerte" (pág. 165). Por este camino se cae en la frase vacía. Sería difícil, por ejemplo, averiguar qué significa "le acarició [...] con una ternura que ya no tenía retorno" (pág. 198).

Es indudable la calidad general de la prosa de Vicent, pero cierta tendencia a la solemnidad entorpece un tanto el relato, ya lindante por su misma naturaleza con el énfasis y la truculencia. La inveterada tentación de cierto "malditismo" que parece perseguir con frecuencia al escritor levantino no se encuentra aquí debidamente contrarrestada.