Image: La mirada de la muñeca hinchable

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Novela

La mirada de la muñeca hinchable

Javier Tomeo

6 marzo, 2003 01:00

Javier Tomeo. Foto: Quique García

Anagrama. Barcelona, 2003. 162 páginas, 11 euros

Hace tiempo que Tomeo ha perfilado sus novelas con rasgos inconfundibles. Realismo expresionista peculiar, presencia relevante de animales u objetos, temática de la desesperanza, prosa de lacónica sencillez: tales notas se funden en La mirada de la muñeca hinchable.

Bastaría, pues, para comentar la nueva obra de este infatigable maestro aragonés del absurdo con decir que se trata de un Tomeo cien por cien puro. Tenemos un personaje principal, un tal Juan P., con ese apellido en abreviatura que tantas veces ha utilizado el autor en la estela de Kafka. Vive solo, con la única compañía de una muñeca hinchable, destinataria de un diálogo imposible y a la que termina por lanzar por la ventana. Se cruza con unos cuantos seres, pero nada más cuenta con dos interlocutores, la madre y un amigo, Torcuato. La madre está muerta y Torcuato se suicida. Se abre la novela con Juan contando las chime-
neas que se ven desde la ventana. Se cierra con Juan haciendo el payaso en homenaje al amigo desaparecido. Estas dos circunstancias sirven como signos de un paréntesis dentro del cual se contiene una ristra de acciones sin sentido. El imaginario paréntesis encierra la situación de desamparo del protagonista.

La sorprendente mezcla de verismo y de acciones absurdas; de datos testimoniales y de visiones oníricas; de humorismo disparatado y de tragedia da como resultado una ácida parábola de nuestra especie. Ni el párroco al que Torcuato pregunta puede darle "las respuestas que necesita", ni Juan logra nada de mirar desde la ventana. A base de encadenar pequeños hechos como éstos, Tomeo crea un desolado retrato de la soledad y de la angustiosa búsqueda de comunicación. Su eficacia procede de una serie de recursos propios del escritor: personajes excéntricos, situaciones comunes distorsionadas, humorismo cáustico, alguna imagen ramoniana, confusión de realidad y fantasía... Y en primer lugar la aparente impasibilidad del narrador. Con todo ello se consigue plasmar con verosimilitud y eficacia una visión de la vida radicalmente nihilista. Tan personal mundo se sostiene en una técnica ya bien acreditada. No desfallece en su intensidad, pero sí se echa en falta un estímulo renovador. Que hoy se lleven las novelitas cortas y las ocurrencias no ha de servir de coartada a un escritor como Tomeo, que lleva tiempo sin dar de sí lo que cabe esperar de él. No puede seguir fabricando novelas mediante una fórmula magistral porque desaparece la sorpresa. Este último Tomeo anda necesitado de una dosis de mayor ambición, aunque lo que escribe siempre tenga bastante interés.