Novela

Llámalo deseo

J. L. Rodríguez del Corral

15 mayo, 2003 02:00

XXV Premio La sonrisa vertical. Tusquets. 182 págs, 12’50 euros

Poco después de que Rodríguez del Corral se alzara con el premio La Sonrisa Vertical ya dijo que había en la novela un homenaje a La casa de las bellas durmientes de Kawabata. En efecto, Héctor, el protagonista de esta ficción, algo tiene de los clientes del burdel que inmortalizó el japonés en su predilección por las mujeres dormidas. Y también de su temor a ser visto y ridiculizado, con su poco agraciado físico. Para él, sin embargo, el letargo es sólo un estadio más del abandono, del sometimiento, ya que a Héctor le gustan, sobre todo, las hembras sumisas. El autor hace toda una declaración de principios al hilo de lo que podríamos considerar una filosofía de la dominación femenina.

Belén, la protagonista de esta historia, no sólo no consiente todo, sino que maneja en cada momento los hilos de la situación. Se sabe deseada. Son muy sugerentes las imágenes de Belén en la piscina y Héctor observándola en la distancia. Naturalmente, ella logra sus objetivos. Como de algún modo lo logra también Claudia, la esposa de Luis, un hombre impedido que encuentra en el deseo sexual -no en su consumación- una razón para seguir viviendo. A partir de esos dos ejes vertebradores, las dos historias paralelas se engarzan en la mirada de Belén, que vigila los movimientos de todos los personajes cuando entran y salen de un sex-shop desde el ventanal de la tienda de ropa donde trabaja. El autor, por su parte, se vale de todos ellos, y de la voz de Belén, para hablar del deseo carnal como motor de la existencia humana.

La prosa, elegante, elaborada, en ocasiones barroca, sirve bien a los planes del autor. Como su buen manejo de la acción, su talento para crear personajes verosímiles -incluso dentro del estereotipo y el género- y para escapar de la pornografía hacia un erotismo más intelectual, más elaborado. Una novela que agradará a los adictos al género y a los que jamás lo fueron. Una novela que reclama un lector sin prejuicios de ninguna clase. Sobre todo, literarios.