Image: La pesca con mosca

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Novela

La pesca con mosca

Gonzalo Calcedo

15 mayo, 2003 02:00

Gonzalo Calcedo. Foto: A.A.

Tusquets. Barcelona, 2003. 133 páginas, 10 euros

Tras una sólida trayectoria como autor de cuentos, Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) ofrece ahora lo que puede considerarse ya una novela corta, cuya composición se beneficia sin duda en este caso de la experiencia acumulada por el autor en el terreno del relato breve, donde la condensación de elementos y el uso de elipsis, alusiones y sugerencias sin desarrollar son rasgos casi obligados del género.

La pesca con mosca es un ejemplo de cómo puede construirse una narración casi abstracta con elementos cotidianos, reconocibles, "realistas". El punto de partida es de estirpe kafkiana, aunque inmediatamente haya que rebajar esta caracterización y reducirla a una escala menor: dos anodinos funcionarios son los únicos empleados de una oscura oficina provinciana que en otro tiempo asesoraba acerca de la creación de nuevas industrias. Pero nadie acude ya a la delegación, y Zacarías y Telonius soportan el tedio cambiando papeles de sitio, releyendo viejos expedientes o examinando cada mañana el parte meteorológico que algún incógnito emisario les envía por fax. Como jefe, Zacarías cumplimenta periódicamente la petición de material -más folios, impresos, carpetas, tinta para los sellos de caucho, grapas- que, falto de uso, va acumulándose en el reducido espacio de la oficina. Hasta que comienzan a llegar envíos incongruentes no solicitados, como queso, vino, joyas, alimentos selectos y un sinfín de objetos: "Recibieron bolsos de señora, más joyas, estilográficas doradas, juegos de mesa, guantes [...], ramos de flores que se marchitaban en lenta agonía, pétalo a pétalo, pero también material de oficina, muchas veces con membretes diferentes, docenas de formularios correspondientes a otras dependencias, emitidas desde departamentos que nunca habían oído nombrar" (pág. 69).

La situación de Zacarías y Telonius, perplejos ante el alud de envíos inesperados, es casi tan enigmática e inexplicable como la de algunos personajes de Ionesco o de Beckett, o como la de los dos asesinos de The Dumbwaiter, de Harold Pinter, acosados en el sótano de un restaurante por continuas y apremiantes órdenes de origen desconocido. En ese entorno cercano a la literatura del absurdo, y en un acorde en el que cabría incluir, por parte española, algunas de las narraciones de Javier Tomeo, se sitúa La pesca con mosca, aunque Calcedo, a diferencia de los autores citados, procure no introducir demasiados elementos inverosímiles y rodearlo todo de informaciones -sobre la relación matri- monial de Zacarías y su condición de "fantasma con nómina" (pág. 119), o acerca de los devaneos amorosos de Telonius, por ejemplo- que tratan de paliar lo insólito de las situaciones y dar un aire de normalidad a esta serie de estampas que, más que transmitir la imagen deformada de una burocracia inerte y paralítica -o además de esto-, reflejan el tedio de unas vidas mortecinas, la imposibilidad de escapar a otros estratos de la existencia, el sino inexorable que condena al ser humano a una lenta y continua erosión a la que se sumará cada recién llegado -como Nadia- y que en la novela aparece sugerida mediante la enumeración de pérdidas y deterioros que se acumulan en la última página: la renuncia a la pesca con mosca, el cristal que se rompe, el herpes de Anita, el gorrión estrellado contra el parabrisas, el azulejo caído, la hija ausente, la apuesta hípica fracasada... Como en la mejor literatura del absurdo, objetos y situaciones convergen como signos solidarios hacia un mismo significado.

Si algún reparo cabe oponer a Calcedo es su voluntaria limitación, su renuncia a extender ese pequeño mundo y hacerlo más rico de representaciones simbólicas. Tiene cualidades suficientes para ir más lejos, y sabe transmitir su visión desolada de la existencia con una prosa opaca, como dicha en voz baja, hecha de frases cortas y precisas, en las que sólo se aprecian leves disonancias. No parece creíble, por ejemplo, que Telonius pregunte a Zacarías: "¿No pudiste conciliar el sueño?" (pág. 12), o bien: "¿Cuánto tiempo hace que no frecuentas el club?" (pág. 13). Hay algunos usos erróneos: "acostumbraba a disfrutar..." (pág. 16); "a causa del punto y final" (pág. 55), y alguno con innecesario tufillo anglómano, como "inusual recordatorio" (pág. 133) por ‘infrecuente, insólito’.