Image: La sombra del pájaro lira

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Novela

La sombra del pájaro lira

Andrés Ibáñez

15 mayo, 2003 02:00

Andrés Ibáñez. Foto: M.R.

Seix Barral. Barcelona, 2003. 480 páginas, 21’50 euros

Da miedo meterse en este novelón de medio millar de páginas de letra mediana y en ese incómodo formato grande que se ha puesto de moda entre nuestros editores. Da miedo, pero basta iniciar la lectura de La sombra del pájaro lira para verse pillado por una aventura que, aunque ese comienzo desoriente un poco, arrastra gracias al encadenamiento de sucesos misteriosos y paisajes exóticos.

Estamos en el terreno de la creación pura, de la literatura fantástica, construida con numerosos elementos que cualquier lector identifica como los propios de una tradición narrativa volcada en el arte de contar sucesos sorprendentes. Esa tradición engloba tanto los cuentos infantiles maravillosos, la fabulística clásica o las peregrinas andanzas caballerescas como la literatura mágica de Carrol o Tolkien y hasta la de J. K. Rowling. En tratos con esa familia se siente Ibáñez como pez en el agua, se le nota que disfruta refiriendo invenciones y su placer resulta contagioso.

Con estos materiales, monta el autor una historia clara en su diseño global e intrincada en su desarrollo menudo por la abundancia de pequeñas peripecias. El príncipe Adenar de Amaula, víctima de una repentina tristeza, deja Glabris, su planeta, en busca de solu- ción a sus males y recala en Floria, una ciudad de otro planeta, parecido al nuestro. Aquí encuentra solución a su rara dolencia volando junto a otras gentes del lugar en un palacio/nave sideral hacia una lejana estrella. Adenar ilumina la realidad terrestre descubriendo las claves de una vida incomprensible para él. A través de su experiencia pasan nuestros hábitos, sociales, políticos, culturales, religiosos...; desfilan la desigualdad social, la opresión o el amor. Cada una de esas parcelas se agrega como factor de la personalidad en formación del príncipe. Adenar encarna la otra cara de la moneda quijotesca: no imita lo que ha leído en los libros (en su planeta no existen) sino que su vida está ya contada en un popular cuento infantil.

La historia de Ibáñez enlaza toda clase de maravillas que aceptamos mediante una gozosa suspensión del descreimiento, porque crea una ficción con su propia verosimilitud, pero las conduce hacia un terreno muy ambicioso y amplio. Una primera impresión descubre un análisis crítico de tipo político social. Fustiga sin misericordia varias formas de opresión colectiva: el control policiaco de los ciudadanos, el nacionalismo... En el fondo, todo ello contiene una apuesta a favor del individuo, y un alegato contra cualquier sumisión. En el fondo intencional la novela habla de un puñado de asuntos trascendentes: la verdad, la identidad, la conciencia, la memoria, las fronteras entre vida y literatura, el doble y el yo. Y desciende a algunas propuestas concretas como aconsejar el ejercicio de la meditación para alcanzar estados superiores de la conciencia en los que se verifica la libertad en plenitud. Sólo así se consigue lo verdaderamente importante: vivir con la intención de construir un sueño, de definir lo que uno quiere ser, para lo cual es preciso inventar la verdad. Esa podría ser la moraleja.

Lo que llamo moraleja con término inexacto y el conjunto de las ideas sembradas por la novela merecerían una sosegada discusión. Esa actitud de base irracionalista y mística entraña un peligroso conservadurismo, aunque esté atenuado por una defensa a ultranza de la libertad. Pero aquí sólo puedo anotar el conflicto y con ello indicar que Ibáñez hace una novela profundamente intelectual, aunque parezca un cuento de hadas y como tal se lea. Esta magnífica fábula está, además, llena de excelentes cualidades verbales e imaginativas: su prosa a ratos alcanza cualidad musical, tiene muy buenas invenciones (también alguna comprensible ingenuidad) y se gasta un humor fino y divertido.