Image: La ciudad ausente

Image: La ciudad ausente

Novela

La ciudad ausente

Ricardo Piglia

29 mayo, 2003 02:00

Ricardo Piglia. Foto: Julián Jaén

Anagrama. Barcelona, 2003. 168 páginas, 18 euros

Hace años, en Barcelona, tuve la oportunidad de cenar con Borges y Onetti. Se habló de novela, de literatura. En aquella cena no podía estar, lógicamente, Macedonio Fernández.

En cambio, los tres, más Roberto Arlt y Kafka, Orwell y un largo etcétera conforman los puntos cardinales sobre los que se orienta La ciudad ausente, cuya primera edición argentina es de 1992. Pese al retraso con el que ha llegado a nuestras librerías, constituye un acontecimiento porque dicha novela se ha convertido en un hito en la narrativa hispanoamericana contemporánea. Es un libro complejo, múltiple, circular, a caballo entre el ensayo, el pensamiento y la acción, una narración intelectualizada, destacable por sus diálogos, por su elaboración lingöística, forjada sobre un hilo popular: el periodista, casi detective, Junior, que escribe en "El Mundo", de Buenos Aires. Nos lo contará Renzi, habitual personaje de las novelas de Piglia. Pero las voces narradoras son múltiples. Cada personaje aparece en función de otros y cada uno posee su historia en una construcción al modo de las muñecas rusas, en cuyo final se encuentra una clave política: el peronismo y la perduración mítica de Evita.

El lector navegará entre historias oscuras, conocerá personajes extraídos del museo surrealista, junto a Macedonio Fernández, convertido en ente de ficción e, incluso, Leopoldo Lugones y su hijo, policía y torturador. En este periplo, un descenso a los infiernos, el protagonista pasará por la Pampa, donde descubrirá al gaucho anarquista que le contará la historia de los 750 pozos llenos de cadáveres: "el mapa del infierno" (pág. 37). Durante esta búsqueda de lo desconocido llegará al Museo, donde se encuentra la Máquina, al cuidado de Tanka Fuyita. Piglia se sirve de una intriga casi policíaca para ofrecernos también un ensayo sobre el lenguaje y el relato. La obra de referencia es Finnegans Wake de Joyce. Esta máquina capaz de mezclar lenguas, traducir, relatar, modificar los relatos con múltiples variantes había sido construida por Russo e inventada por Macedonio: "Hace quince años que cayó el Muro de Berlín y lo único que queda es la máquina y la memoria de la máquina" (pág. 145). Cuando entra finalmente al Museo, tras una visita a Russo en su isla de Santa Marta, con una generosa tradición de acoger a exiliados políticos europeos de muchas lenguas, en el río Tigre, no es sino el recurso de la memoria, del lenguaje. Ya Russo le había indicado que "un relato no es otra cosa que la reproducción del orden del mundo en una escala puramente verbal" (pág. 139). La descripción de la isla, dividida en breves capítulos, constituye un ensayo sobre el lenguaje, sobre la diversidad, también sobre la patria y los orígenes del lenguaje, tamizado por prosas poéticas y reflexiones en las que no puede faltar la referencia a Wittgenstein. Cuantos se oponen a la Máquina del lenguaje y al relato, al recuerdo, forman parte de un Estado que busca la omnisciencia. Nos hallamos, pues, también ante una novela de ciencia-ficción, aunque Piglia vaya más allá y busque, tras la aventura de Junior, el modelo de un Buenos Aires que se desvanece. Es capaz de convocarnos a este cónclave multisignificativo a través de su novela: una obra maestra.