Image: La balada del abuelo Palancas

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Novela

La balada del abuelo Palancas

Félix Grande

25 septiembre, 2003 02:00

Félix Grande. Foto: M.R.

Galaxia/Círculo de Lectores. Barcelona, 2003. 393 págs, 15’87 euros

Esta nueva obra en prosa de Félix Grande es un extenso y minucioso relato, pero esta vez no constituye una historia de ficción, sino una crónica familiar: los Palancas son, en efecto, el apodo por el que se conoció durante varias generaciones a los miembros de la familia Grande.

El abuelo del título es el abuelo paterno del autor de estas páginas, que ha pretendido mantener la mayor fidelidad posible a la realidad histórica -una realidad que abarca más de un siglo de vida española-, para lo cual no ha escatimado búsquedas y consultas que rellenaran los huecos de la memoria, tal como se detalla en las treinta últimas páginas del libro. Nos encontramos, sin embargo, ante una obra literaria. No se trata, por tanto, de calibrar la correspondencia entre lo narrado y los hechos ocurridos, sino de medir la intensidad de la evocación, la vitalidad con que renacen las personas, ya convertidas en personajes, el ritmo narrativo, el lenguaje que permite convertir los recuerdos en escritura, la capacidad del autor para dotar a una historia privada del interés necesario para que pueda encontrar eco en lectores ajenos. Hay que decir que la destreza del escritor maduro le ha servido a Félix grande para salir airoso de un empeño nada fácil. Con un equilibrio casi nunca roto entre el relato de estirpe picaresca, la narración costumbrista rural y la evocación poética de sentimientos, la Balada contiene, además, una reconstrucción de formas de vida en buena parte periclitadas -las páginas dedicadas a la elaboración del vino, por ejemplo, son admirables-, lo que le proporciona, además, un interés antropológico y etnológico considerable. Sobre ese mundo pasado -en el que sólo disuenan las referencias a la realidad política reciente- planea la mirada del autor, teñida a menudo de nostalgia, porque las costumbres y las formas de vida evocadas llevaban consigo unas normas de conducta irreprochables, una ética implícita y siempre respetada, una hombría de bien en las relaciones personales que nada tenía que ver con lo que la guerra fratricida desencadenó luego.

La retórica de la escritura revela el pulso de un poeta experimentado, aunque se note un uso abusivo del mismo recurso metafórico: la llamada metáfora preposicional, del tipo de la lorquiana "el tambor de llano". Leemos, así, "el subsuelo de su felicidad" (pág. 48), "me miraba con un céntimo de sonrisa" (pág. 49), "el hecho se escurrió por el sumidero de la vida cotidiana" (pág. 63), "sonrisa agrandada por la levadura de la satisfacción" (pág. 98), o bien: "Mi madre [...] no fue jamás inquilina de la serenidad, pero [...] lograba enseñarles la escoba a las ratas de sus terrores, y a menudo le bastaba la humedad milagrosa de una sonrisa de su hija para espantar la voracidad de la lástima que sentía por su propia persona" (pág. 202). Y a veces el resultado es discutible: "Se echó a llorar con la voracidad de la desolación" (pág. 289). Algunas construcciones anafóricas demasiado artificiosas (pág. 126) y unos cuantos intertextos transparentes -alguno tal vez innecesario, como el de Antonio Machado ( pág.125)- subrayan la fuerte literaturización a que el autor ha sometido su crónica. Claro que esto es siempre mucho mejor que caer en la trivialidad o en la prosa vil y espesa, como ocurre tantas veces.