Image: Principiantes

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Novela

Principiantes

Miguel Albero

20 mayo, 2004 02:00

Miguel Albero. Foto: Elena Herreros

Tusquets. Barcelona, 2004. 185 páginas, 14 euros

Pocas novelas parten de un planteamiento tan audaz como el de este primer paso en la narrativa del madrileño Miguel Albero. Su protagonista, Fermín Maroto, de quien ya en la primera línea se nos dice que "no es un hombre cualquiera", descubre tras jubilarse que su vocación es la de rastrear la pista de "personas aquejadas por el mal del principiante", que no es otro que el de concentrar tanta energía en los arranques que no quede fuerza para alcanzar el desenlace. Los principiantes son, de hecho, toda suerte de perdedores. Hasta qué extremo acechan lo aclara el narrador -un compañero de Maroto en el asilo-: "todos tenemos a un principiante en nuestras vidas. Quien no lo es, lo ha sido al menos una tarde [...] o está casado con uno".

Tras esta breve introducción donde ese narrador que se confiesa "poco ducho en la descripción científica y más proclive a la metáfora" sienta las bases del resto del relato; éste toma forma en seis capítulos a lo largo de los cuales el protagonista va encontrando distintos tipos de "principiantes", que observa y clasifica con meticulosidad de entomólogo. Visto así, la novela también puede leerse como un libro de viajes, o como un libro de cuentos o también como una crónica de costumbres. Algo de eso, y más, hay en este libro.

Que la idea es atractiva no cabe duda. Los reparos más grandes surgen del desarrollo de la idea. Pese a que ya nos ha advertido el narrador su querencia por la metáfora y su poco gusto por el quehacer científico, no deja de entristecernos la arritmia de la narración. Junto a fragmentos muy logrados, de gran intensidad y estilo agudo y brillante, conviven otros que la ralentizan en extremo. Y, pese a lo ingenioso del estilo, el autor parece tener a veces intención de alargar los chistes mucho más de lo prudente. También recurre a un lirismo en ocasiones forzado y a un barroquismo que termina por resultar empalagoso. Con todo, apunta buenas maneras este debú. Lo mejor, la idea que lo alimenta. No es mala carta de presentación para un inventor de ficciones.