Tierra de olivos
Antonio Ferres
11 noviembre, 2004 01:00Antonio Ferres. Foto: Gustavo Cuevas
La aparición, en 1948, del Viaje a la Alcarria, de Cela -que todavía continuó insistiendo en esta modalidad literaria de los libros de viajes durante varios años-, desencadenó un alud de obras de corte análogo que llegó a constituir una moda floreciente a la que se sumaron escritores muy diversos, como Juan Goytisolo, López Salinas, Vicente Romano, José A. Vizcaíno, Alfaya, Ferres, Ferrer-Vidal, Carnicer o Jesús Torbado, entre otros.El libro de Antonio Ferres que ahora se reedita oportunamente apareció por vez primera en 1964, y forma parte de aquel nutrido conjunto de obras que muchos lectores de hoy desconocen, en ocasiones porque la propia producción narrativa de los autores las desplazó a un lugar secundario. En el caso de Ferres, el libro de viajes a la manera de Cela fue utilizado como un punto de partida, como un modelo que era necesario modificar, sustituyendo la mirada antropológica y a menudo lírica de Cela por otra que podría denominarse "social", atenta a los propósitos del realismo de la época y acorde con la tendencia comprometida y de denuncia que aparecía en las creaciones narrativas de sus autores, como Duelo en el Paraíso, de Goytisolo, La mina, de López Salinas, o La piqueta, del propio Ferres. Hoy, desaparecida aquella urgencia primordial de convertir cada obra en un acto cívico para mostrar las lacras y la pobreza de un país empobrecido y desesperanzado, estamos en mejores condiciones para calibrar qué perdura de aquellos libros de viajes, de igual manera que podemos valorar artísticamente los romances viejos porque han perdido la función noticiera que tuvieron y nos llegan ya sólo como creaciones verbales.
Para empezar, el viajero narrador que deambula por tierras de Córdoba y Jaén en nada se parece al trotamundos creado por Cela. Es un viajante de comercio, originario de aquellos parajes ("yo era un chico de un pueblo de Sierra Morena", p. 204), que se hospeda en posadas míseras y al que algunos apuntes biográficos sitúan en el bando de los vencidos de la guerra civil: de niño, participa en la rebusca entre los olivares, porque "era un derecho que tenían los pobres" (p. 93); ve cómo se llevan a su padre preso (p. 55) y conserva un amargo recuerdo: "A mi padre no le vi más que a través de las rejas y de las telas metálicas de la cárcel, después de entonces" (p. 102). Estas características del narrador condicionan su mirada, atenta sobre todo a la presencia de personajes desvalidos, que viven en la pobreza resignada o emigran a Europa en busca de subsistencia, y en la anotación, siempre sobria y escueta, de las hirientes desigualdades sociales, que podría ejemplificarse con la mención de los dos casinos de Cabra: "uno que es café público y el otro, poco más allá de la calle, que parece el de la gente rica" (p. 131). La prosa, construida con párrafos cortos, más atenta al uso de sustantivos precisos que al reparto de adjetivos, es de enorme eficacia por la exactitud de las descripciones y por la fidelidad de los breves diálogos. El conjunto, releído hoy, confirma que Tierra de olivos destaca sobre otros libros análogos que tuvieron en los años 60 una función puramente instrumental.