Image: Cruz sin amor

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Novela

Cruz sin amor

Heinrich Büll

3 febrero, 2005 01:00

Heinrich Büll. Foto: Archivo

Traducción de J.U. González. Littera, 2004. 415 páginas, 22 euros

Leyendo esta primera novela de Heinrich Büll es fácil concluir que el escritor acertó al no publicarla en 1947, a raíz de los problemas que tuvo en el certamen literario organizado por una revista católica, pero que no erraron los editores de sus obras completas, que la incluyeron en su segundo volumen aparecido en 2002, diecisiete años después de la muerte del Premio Nobel de 1972.

Porque Cruz sin amor es un opus primum con todos los vicios característicos de este tipo de creaciones iniciáticas, potenciados aquí por la inmediatez con que su autor aborda lo que sería el gran tronco de toda su obra, la "unbewältigte Vergangenheit", el "pasado no superado" del pueblo alemán renacido después de la pesadilla nazi.

Cruz sin amor adolece de considerables defectos formales y de concepción general. Por una parte, es palmario su autobiografismo, sobre todo en lo que se refiere a sus dos figuras principales: el estudiante Christopher Bachem, que, como el novelista, fue soldado raso, a contrapelo, en la infantería germana, enfermó y fue herido en el frente, se casó en plena guerra, desertó y acabó en un presidio aliado de donde saldría a finales de 1945, y también su madre, una mujer de profunda fe religiosa, enemiga de todo lo que representaba el III Reich. En torno a ellos dos, y al íntimo amigo del joven, Joseph, otro activista católico que será recluido en un campo de concentración, se construye toda una teoría acerca de Hitler y su locura criminal como una manifestación simplista del poder de Satán. La polaridad Bien/Mal vertebra en su significación esta novela desde su propio título. Ya al principio Christoph defiende apasionadamente que el Credo está incompleto pues "quien no cree en el Diablo no cree en Dios y niega la realidad" (pág. 21), realidad en la que asimismo se contrapone el Estado, que asesinó a Cristo, y la Religión. Pero cuando la novela está a punto de terminar, el mismo protagonista hace explícita una tesis tan burda como la de que "la religión debe ocupar el lugar de la política" (pág.388), pues para él, el único "pensamiento único" (sic) que puede subordinar a las masas "de una manera humanamente soportable, es la liturgia divina" (página 23). No falta, sin embargo, y de ahí quizá los problemas que Cruz sin amor tuvo con la revista Das Abenland, una crítica amarga al colaboracionismo de los católicos alemanes, no sólo perceptible en la figura de los curas castrenses que portaban "la esvástica satánica junto a la cruz de Jesucristo" (pág.142) sino también en la pasividad de la Iglesia ante el totalitarismo del régimen hitleriano.

Como contrapunto del protagonista está su hermano Hans, un nazi convencido que colabora en la detención de Joseph y solo tardíamente reniega de sus convicciones políticas a tiempo de dejar huir a Christopher en el frente ruso y firmar así su sentencia de muerte por traidor. él mismo se justifica pensando entonces que al menos ha servido a Dios un día "a cambio de tantos años siguiendo el rastro resplandeciente del demonio" (pág. 358). Mas el principio dialéctico que esta polaridad introduce se malogra por la retórica irreal de los parlamentos, la artificiosidad de los diálogos, así como el relato de la historia propiamente dicha a duras penas sobrevive a un estilo unas veces cursi, otras enfático, y siempre grandilocuente, tan ajeno a lo que constituirá la marca de calidad de la mejor prosa de Büll: su laconismo, su áspera objetividad, la sencillez del lenguaje que acredita la sinceridad de su expresión.
Pocas de estas virtudes asoman en esta obra del Nobel inédita hasta 2002: sólo algunas descripciones enérgicas y vivaces de la guerra que encontramos en la segunda parte, la menos extensa de un texto cuya traducción al español me parece, en todo caso, ilustrativa y oportuna.