Image: López López

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Novela

López López

Juan Aparicio-Belmonte

10 febrero, 2005 01:00

Juan Aparicio-Belmonte. Foto: Eva Barrasa

Lengua de trapo. Madrid, 2005. 219 páginas, 16’95 euros

Si se busca en la novela un entretenimiento digno, un producto de la imaginación gracias al cual desfilan ante nosotros personajes y sucesos que logran acaparar nuestra atención durante unas horas de lectura, López López reúne las condiciones adecuadas: es una obra imaginativa, excelentemente escrita, que mantiene la expectación mediante una intriga bien dosificada, con un ritmo narrativo sin tiempos muertos y que no permite distracciones.

Para quienes entiendan que la novela debe crear un mundo autónomo -social, histórico, ideológico- válido por sí mismo, que nos saque de nuestras casillas y nos introduzca en él, merced a personajes complejos que revelen facetas insospechadas y recónditas del ser humano, López López se encuentra aún, como hubiera dicho un teólogo medieval, in via. No llega hasta donde el autor demuestra que puede llegar, pero está en el camino. Pesan demasiado sobre esta tragicomedia urbana ciertos estereotipos de la novela negra -la mujer fatal, el abogado corrupto, el antihéroe inclinado a la vagancia y la dipsomanía, el detective desaseado, etc.-, pero hay también una decidida voluntad de trascender los perfiles genéricos añadiéndoles cierta pigmentación caricaturesca que, sin embargo, no elude las crudezas esperables en una obra de esta naturaleza: palizas, asesinatos y acciones violentas se suceden en este relato en escenarios sombríos, bares sucios y malolientes y zonas de prostitución. Se ha hablado de Mendoza como modelo de Aparicio-Belmonte. Creo que la escritura de ambos es muy diferente y que se notará con claridad a medida que este joven autor vaya desarrollando su obra.

Dentro de sus limitaciones, nacidas sobre todo de su fidelidad excesiva a un dechado literario concreto, López López ofrece un buen diseño de personajes: el abogado "Caramorsa", la enigmática Lucía o el detective Effenberg acaban teniendo consistencia por su tratamiento literario. Por otra parte, todo el relato se presenta como la narración -discontinua y en unidades discursivas desiguales- que Martín López hace a un compañero de celda. Como el desenlace de los hechos se desconoce porque Martín ha sido encarcelado, el autor acude a un artificio narrativo original para desentrañar lo sucedido, al tiempo que sugiere, entre burlas y veras, la diferencia entre la realidad -que a menudo no llegamos a conocer por completo- y la ficción, que exige historias íntegras con su final correspondiente.

Sin abandonar la perspectiva caricaturesca, hay que consignar que la novela, como es propio del género, se halla pespunteada por numerosas referencias a tipos y actividades turbias de la sociedad actual: traficantes de drogas, pintores más cotizados que artísticamente valiosos, falsificadores de cuadros, bandas mafiosas, policías aficionados a abofetear... Pero nada de esto está abultado o puesto de relieve. Aparece mencionado con la misma concisión que los demás hechos, sin énfasis, como si todo formase parte de nuestra vida cotidiana y de la sociedad en que vivimos, de igual modo que los viajes en metro, las discotecas o las oficinas. Aparicio-Belmonte apunta una manera de narrar que puede dar mucho de sí.