Image: Un encargo difícil

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Novela

Un encargo difícil

Pedro Zarraluki

17 febrero, 2005 01:00

Pedro Zarraluki. Foto: Santi Cogolludo

Premio Nadal.Destino. Barcelona, 2005. 254 páginas, 19 euros

El jurado del premio Nadal ha vuelto a dar con un concursante con oficio, de esos que, por lo común, ofrecen obras sólidas y sin grandes fisuras. Pedro Zarraluki no ha sido nunca autor de gran popularidad, a pesar de lo cual su trayectoria permite valorarlo muy por encima de escribidores insulsos que la propaganda intenta convertir en genios.

Nadie que haya leído a Zarraluki se sorprenderá de que Un encargo difícil sea una buena novela. Empieza por ser un acierto la elección de la historia, situada pocos meses después de la guerra civil en una zona minúscula, la isla de Cabrera, donde, como anuncia un policía, "aparte del destacamento militar, sólo hay cuatro pescadores borrachos y ratas, miles de ratas" (p. 16). Allí ha llegado desde Mallorca, confinada, Leonor Dot, viuda de un republicano fusilado, con su hija adolescente, Camila; y también Benito Buroy, otro perdedor de la guerra que accede a servir como pistolero a la policía del régimen para librarse de la cadena perpetua en Burgos, y cuya misión en Cabrera consiste en eliminar a un alemán también confinado allí. Un reducido destacamento de soldados bajo el mando del capitán Constantino Menéndez, un viejo pescador conocido como El Lluent y el matrimonio de cantineros -Felisa García y Paco- completan el reducido microcosmos creado por el autor. La narración está organizada en secuencias, con ocasionales analepsis y algunas recuperaciones parciales, desde otra perspectiva, de informaciones ya ofrecidas, y todo el conjunto es un relato retrospectivo, con la historia reconstruida a partir del momento en que Buroy vuelve a Mallorca para anunciar que ha cumplido su misión (el "encargo" a que se refiere el título). Con tan escasos elementos, Zarraluki va desarrollando con sutileza las relaciones que se establecen entre los recién llegados y los residentes. De particular agudeza es el tratamiento de la creciente amistad entre Felisa y Leonor, así como el retrato de la adolescente Camila, cuyo carácter simbólico de representante de una nueva época se destaca mediante la inserción de algunas de sus reflexiones en primera persona plasmadas en su diario. Ella y Andrés son los únicos "inocentes" de la isla, y acabarán mancillados por la violencia que sólo recibe su castigo al margen de la ley.

Un encargo difícil es un relato de perdedores. La devastación de la guerra ha acabado por igualar a vencedores y vencidos, como reflexiona Benito: "Todos allí habían perdido una guerra, o habían perdido mucho en la guerra o habían sacado bien poco de ella, lo que no eran sino distintas manifestaciones de una misma derrota" (p. 175). Pero destaca la saña vengativa de los vencedores, empeñados en perseguir y castigar sin fin: "¿Por qué mantenían tan vivo el odio, si habían ganado la guerra y de sus enemigos sólo quedaban cadáveres y fugitivos?" (p. 40). Por eso el desenlace no sugiere ningún final para estas criaturas, sino únicamente el horizonte mortecino que corresponde a unas vidas irremediablemente destruidas.

Los personajes están, en general, bien perfilados -aunque alguno, como Paco, sea demasiado tópico- y la recreación del paisaje de la isla, desde la plaza soleada hasta las calas ocultas o las rocas abruptas del faro, tiene los rasgos y los tonos cromáticos precisos para que el marco de las acciones se funda con ellas y no sea mero ornamento. Sólo en el lenguaje se perciben algunos errores. Usos como "contactar" (pp. 33,34) son impensables en un personaje de 1940, y lo mismo cabría decir de formaciones como "camaruta" (p. 38) por ‘camarero’ o de giros como "sin haber cenado, que tenía su delito" (p.215). Y hay otros lunares: un plural erróneo que cambia el significado ("aquel matrimonio hacía aguas", p.150), concordancias como "ese arma" (p. 31), preposiciones espurias ("sonó por dos veces", p. 108), uso reiterado de "tema" por ‘asunto, cuestión’ (pp. 104,174), el catalanismo "aguantar" por ‘sujetar’ (pp. 88, 158) y algunos otros deslices que empañan sin necesidad una obra literariamente muy digna y de profundo sentido ético.