Novela

Trenes en la niebla

Manuel Rico

13 octubre, 2005 02:00

Manuel Rico. Foto: Iñaki Andres

Espasa Calpe. Madrid, 2005. 207 páginas, 19’50 euros

La historia de Trenes en la niebla está nítidamente planteada: el hallazgo de una antigua libreta con anotaciones que acaso perteneció al hermano desaparecido hace años del narrador conduce a las indagaciones acerca de un episodio de la posguerra: la utilización de presos políticos en la construcción de un tramo de ferrocarril.

El relato de Daniel Arias, su búsqueda por los pueblos de la sierra al norte de Madrid, el esfuerzo por reconstruir una realidad huidiza y silenciada, la fusión de aventura personal y peripecia colectiva, son elementos narrativos de indudable efecto, y están bien articulados en la novela, que en más de una ocasión reviste la forma de un relato de enigma, porque su desarrollo va planteando con habilidad interrogantes que no encuentran cumplida explicación hasta las últimas páginas. Lástima que lo que desde el comienzo había obedecido a un desarrollo verista -ya que, de hecho, se trata del planteamiento de una investigación histórica referida a un tiempo concreto- tenga como desenlace un recurso poco adecuado, basado en las leyendas del "túnel del tiempo" que cierto tipo de literatura fantástica ha explotado hasta la saciedad. No se compaginan armónicamente estos dos estratos en Trenes en la niebla, y por eso la parte final decae de manera sensible. Otros méritos de la obra, como la finura en las descripciones paisajísticas y la delicada percepción de colores y elementos sensoriales, no bastan a compensar aquellas debilidades.

Por otra parte, la prosa narrativa es a menudo demasiado prolija. Hay numerosas informaciones que parecen irrelevantes y cuya reducción no alteraría el conjunto: "Fue eso lo que me llevó a apagar el ordenador, a girarme hacia la mesa, a contemplar, por unos segundos, las tapas negras y avejentadas del diario y a afrontar una labor que me parecía imprescindible -con un punto de irracionalidad, todo hay que decirlo..." (pág. 35). La prolijidad desemboca a menudo en construcciones que rozan la oquedad retórica: "Había quienes se enriquecían con aquella miseria, quienes desde los pasillos ministeriales o desde los despachos de las grandes empresas hacían negocios, dictaban sentencias de muerte, ensuciaban la Historia, condenaban a una vida oscura, llena de carencias y de silencios, a millones de hombres, de mujeres, de niños" (pág. 61). O el tópico inerte: "Mi vida [...] había sufrido un giro copernicano. Me veía atrapado en la tela de araña de..." (pág. 90). Más desafortunados son algunos deslices idiomáticos: "El luminoso vertical que daba cuenta del hostal Navalón" (p. 28; véase el único significado de "dar cuenta de" que el diccionario académico recoge); "hilazón" (p. 133), palabra inexistente, por "ilación". O bien trivialidades de moda, como esos batallones "que proliferaron [...] en toda la geografía española" (p. 26), "colectivos" (p. 90) por "agrupaciones, asociaciones", o la "memoria histórica" -como si hubiese alguna que no lo fuera-, que aparece por doquier, lo mismo que el sustantivo "imaginario", tecnicismo de origen francés utilizado aquí profusamente (pp. 66, 104, 105, 114, etc.) con valores como "cuadro", "situación", "panorama", que nada tienen que ver con el significado originario. Tampoco parece que "cotillear los títulos de los libros" (p. 58), por "ojear con curiosidad" sea una elección afortunada. Si se añaden excesivos descuidos de concordancia ("La deriva hacia la que tendían a llevarme aquellos viajes alentaron en mi ánimo...", p. 91; "El hecho de que no fueran fragmentos [...] otorgaban a aquellos textos...", p. 106; "él fue uno de los que entró [...] y desapareció", p. 110). Demasiados lunares, demasiadas flaquezas que afectan al instrumento esencial del escritor, que convendría haber vigilado a tiempo y que empañan una obra interesante.