Novela

Observamos cómo cae Octavio

Hernán Migoya

8 diciembre, 2005 01:00

Hernán Migoya. Foto: H.M.

Martínez Roca. Madrid, 2005. 220 páginas, 20 euros

Al referirse al porvenir de su pasado aclaraba Benedetti que la infancia es la primera soledad. De eso trata esta primera novela de Migoya (no su primer paso narrativo, si hay quien guarda memoria de un polémico volumen de relatos, Todas putas), un creativo que aporta un enfoque original a cuanto se propone. Si no acérquense a esta historia, Observamos cómo cae Octavio, intentando prescindir de todo lo que empaña la mirada adulta, y tropezarán con un relato tierno y trágico, de formas limpias, casi minimalista en sus recursos expresivos, pero no exento de expresividad; escrito con el lenguaje cifrado de los niños, y dando prioridad al diálogo, a un estilo directo muy próximo al del guión cinematográfico. Tropezarán con otra manera de hablar de la pérdida de la inocencia.

Estas formas, nada convencionales, las domina el autor, quien no oculta su intención de ofrecer, a través de ellas, un discurso narrativo de libre configuración, con la presencia esporádica de un narrador que apenas se inmiscuye en la trama, dejando que se cuente a tres voces, distinguibles por el color de la tinta que se le asigna a cada una: la de "Tete", "Naín" y "Nina", los niños de esta historia (en negrita sólo se registra las intervenciones de los adultos). Los dos primeros son hermanos, Tete es algo mayor, ronda los ocho años, Nina también; ella vive con su madre y su abuelo. Un día la casualidad les hace coincidir, y juntos experimentan el miedo proyectado en forma de sombra dentro de una cueva. Es la sombra del "Ogro Santos", la obsesión del más pequeño, y tras ella vendrá la ocasión de desenmascararlo. ése es el argumento. La realidad tirando de un lado, los miedos infantiles tirando del otro, y misterios que no se descubren hasta que no hallan la puerta de salida. La singularidad de este enfoque no está sólo en un estilo narrativo diferente, parco de medios, no de registros; sino en la hondura imaginativa que invade la trama. Su autor se reafirma interesante y prometedor. Su historia tiene lo que alguien dijo que tiene una historia incómoda: es cierta.