Novela

El azar de Laura Ulloa

Susana Fortes

23 marzo, 2006 01:00

Susana Fortes. Foto: Mercedes Rodríguez

Planeta. Barcelona, 2006. 205 páginas, 20 euros

Susana Fortes ha situado deliberadamente este nuevo relato en la estela de dos grandes narradores gallegos -la Pardo Bazán y Valle-Inclán- al escoger la historia del despótico conde de Gondomar y de sus hijos, aunque de vez en cuando se perciban también, en la fraseología y en el gusto por la construcción de símiles, ecos de Torrente Ballester y de García Márquez.

Aunque en ocasiones se notan demasiado estas afinidades, El azar de Laura Ulloa no viene mal acompañado. La caracterización del viejo conde -especie de moderno señor feudal-, la figura de Juana, la vieja criada de la casa, las leyendas orales que, ciertas o inventadas, llenan de misterio las noches lluviosas del pazo de los Ulloa y del convento cercano, los terribles secretos familiares y las pasiones que, como resortes invisibles, determinan el destino de los personajes, se encuentran de lleno dentro de la tradición de los dos primeros autores mencionados.

La autora ha recreado con acierto el ambiente de la casona, del convento de Santa Clara que circunda algunas noches una extraña procesión de mujeres enlutadas, de la vecina ciudad de Vilavedra, inmóvil junto a la ría, pero también la vida cotidiana en el ingenio cubano al que se traslada durante algún tiempo el doctor Ulloa para hacerse cargo de los negocios del hermano fallecido. A partir de ese episodio, todo lo que sucede tras la vuelta a la casona gallega, la presencia invasora de la adolescente Laura Ulloa y el desasosiego creciente del doctor encaminan hacia un desenlace fácilmente previsible. La historia, basada en oscuros secretos de familia mil veces explotados por la novela del siglo XIX, está muy por debajo de la narración, minuciosa y cuidada en muchas páginas, con buen instinto de prosista sensible incluso a los efectos fónicos ("el chirrido de las ruedas de los carros rebotando en el empedrado", página 56) y con algunas creaciones de indudable plasticidad, como la que, referida a los enfermos pulmonares, señala "el mismo sonido claudicante de las respiraciones, un eco agujereado que recordaba el carraspeo del mar en la arena" (pág. 153).

Esta evidente capacidad de la escritora, presente en la prosa de muchas páginas, se ve mermada, sin embargo, por una falta de vigilancia que deja pasar sin poda expresiones estereotipadas y tópicas ("desde la más tierna infancia", pág. 40; "caminaba de un lado a otro del gabinete como un tigre enjaulado", pág. 89) o muletillas insignificantes que hoy se escuchan por doquier: "consideraba que de algún modo era ley de vida" (pág. 16) o "Rafael Ulloa sintió de alguna manera como si su propia alma..." (pág. 163). Hay algún descuido en la concordancia ("el recuerdo de aquella emoción la quiso guardar intacta", pág. 23), alguna afirmación redundante ("las nombraba por su nombre", pág. 76) y hasta ciertos errores incomprensibles, como "la vejez ablanda hasta la corteza de un pedernal" (pág. 16) "ojos dilatados de retinas negras y ausentes" (pág. 33), "fiebres pauperales" (pág. 47, por "puerperales"), "se dignó a quitarse de la boca" (pág. 99) o "girar el manubrio [de la puerta]" (pág. 10), donde cabría esperar "tirador", "manija", "picaporte" (como en pág. 169), ya que "manubrio" se aplica sólo a instrumentos. Estos deslices, así como algunas caracterizaciones extremadamente vagas ("su perfil de princesa abisinia", pág. 64), afean una prosa imaginativa con la que Susana Fortes logra plasmar, casi siempre con acierto, estados de ánimo, ciertos detalles paisajísticos y caracterizaciones psicológicas de buena ley. Falta esa última revisión que toda obra necesita, de acuerdo con la vieja recomendación de estirpe gracianesca según la cual conviene tratar lo provisional como si fuera definitivo y lo definitivo como si fuera provisional.