Novela

Manalive

G. K. Chesterton

29 junio, 2006 02:00

G. K. Chesterton

Trad. J. Giménez. Voz de papel. 2006. 286 págs, 12 e.

La felicidad, el siempre es domingo, fondo temático de cualquier anuncio, resulta un componente fijo de la cultura de masas que escasea en la literatura moderna. Chesterton (1874-1936) constituye una excepción, su gusto por la paradoja le lleva a explorar las costumbres extremas de sus personajes. Su perspectiva autorial individualista busca justificar la alegría de la vida, desde los goces pequeños y cotidianos hasta los mayores, la vida social de las personas bien ajustadas, como el disfrute de los amigos y de la familia.

La novela Manalive (1913) pertenece a la tradición literaria inglesa iniciada en los Pickwick Papers (1837), de Dickens, que emplea la paradoja para comentar la vida alrededor, e intenta romper el conformismo burgués ante el mundo. Dentro de ese cauce, Chesterton se dedica aquí a la ilustrada tarea de predicar la necesidad de vivir felices en la tierra, porque lo que sucederá en el más allá resulta impredecible. Actitud sorprendente, dada su calidad de converso al catolicismo, cuya doctrina pospone el verdadero júbilo al momento posterrenal (San Agustín), pero obviamente en estas cuestiones era partidario de las ideas de Santo Tomás de Aquino, que aconsejaba probar la felicidad en la tierra, como anticipo de la mayor que experimentaremos en el cielo.

La acción novelesca ocurre en una casa de campo inglesa, donde un grupo de jóvenes juzgan las acciones del protagonista, Innocent Smith. Es un ambiente de jersey de lana y de smoking para bajar al comedor por la noche, impregnado por una conversación inteligente y por la intriga. A diferencia de Francia, y en cierta manera España, donde la cultura predominante emanaba de las ciudades, en la Inglaterra victoriana (1837-1901) y de preguerra dominaba la cultura rural y de las ciudades pequeñas como Oxford, enormemente influyentes a pesar del peso financiero de Londres. Ese espíritu inglés, ejemplo de una sociedad moderna, respetuosa con los derechos humanos, permea el texto.

Este inocente cualquiera (Innocent Smith) llegó un día por los aires, literalmente volando, empujado por un ventarrón, a una casa de campo, donde se halla reunida una serie de gentes, y se hace un hueco entre ellos, si bien varios incidentes terminan por cuestionar la honestidad de su conducta, y acaba acusado de disparar a uno de los residentes y de intentar escaparse con una joven. Se establece allí mismo un tribunal ad hoc para juzgarlo. Una vigorosa defensa revela que la mujer es su esposa y que el disparo carecía de maldad, y que a las acusaciones, de ladrón y de bígamo les faltaba fundamento. Cierto que le pillaron entrando en una casa por una ventana, pero se colaba en su propio domicilio. Y si ha dado la impresión de pretender a varias mujeres, siempre era la misma, la suya, en distinta guisa. El bromista sólo deseaba romper la monotonía de la casa. Los argumentos expuestos por la defensa, que explotan al máximo el recurso de la paradoja, merecen una lectura atenta.

Chesterton, a quien muchos lectores identifican con su famoso cura detective, el padre Brown, con sus piezas teatrales, su poesía, o los excelentes ensayos, se manifiesta en todos estos textos, al igual que Bernard Shaw y Oscar Wilde, amigos y contemporáneos, como un gran satírico de la sociedad inglesa, que supo burlarse de la aburrida autoimportancia.