Image: Las manos de Velázquez

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Novela

Las manos de Velázquez

Lourdes Ortiz

19 octubre, 2006 02:00

Lourdes Ortiz. Foto: Chema Conesa

Planeta. Barcelona, 2006. 350 páginas, 21 euros.

Más que en otras ocasiones, Lourdes Ortiz ha acertado en este caso al dar forma a una historia que se avenía perfectamente con su condición de profesora de Historia del Arte, capaz de moverse con la misma soltura en las especulaciones críticas acerca de obras y autores clásicos que en la plasmación del mundo de galeristas, artistas principiantes e inversores en que parece gestarse el arte de nuestros días. Alternando el presente narrativo en tercera persona y el relato en segunda, producto del desdoblamiento del personaje ("Te duele el alejamiento de Magdalena [...] Carlos apenas se parece a ti"), la autora desarrolla la historia de Teodoro, un profesor de arte que, a pesar de sus méritos, no ha llegado todavía a la cátedra y se encuentra escribiendo un libro sobre Velázquez con el que espera ofrecer novedades interpretativas que ayuden a entender mejor algunos aspectos de la obra del pintor.

Las reflexiones sobre el trabajo de investigación que lleva a cabo, y que ocupan buena parte del texto, son paralelas a las informaciones acerca de la vida personal de Teodoro, separado de su primera mujer, distanciado de sus hijos y casado con Mónica, una ex alumna mucho más joven que él, que con su conducta despierta en Teodoro amargas sospechas de infidelidad. La disparidad entre cónyuges tan diferentes en casi todo está agudamente esbozada, y el proceso de su lento e inevitable distanciamiento, matizado con una precisa dosificación de informaciones, es acaso uno de los mayores méritos de la novela.

Por la concepción acusadamente intimista de la novela, Teodoro y Mónica son los dos personajes más acabadamente compuestos y delineados, si bien para ello ha tenido que recurrir la autora al fácil recurso de la omnisciencia del narrador, a los monólogos reflexivos, a la acumulación de datos, pensamientos y noticias que apenas dejan sombra alguna en el perfil de Teodoro y que sólo tienen una excepción en el asunto del comportamiento de Mónica, mantenido en la incertidumbre hasta el final. Junto a ellos, los demás son vagas sombras o figuras un tanto tópicas: los hijos, el fotógrafo Beltrán, el coleccionista Ignacio... Sólo destaca tal vez por su autenticidad, a pesar de su fugaz aparición, la figura de Carmela, diligente sombra admirativa de Teodoro. Lourdes Ortiz acierta plenamente en los momentos en que las reflexiones de Teodoro sobre Velázquez descubren inesperadas concomitancias con aspectos de la vida del investigador, sugiriendo hasta qué punto la identificación del estudioso con su personaje puede crear espejismos y desvíos en la visión, que crea correspondencias donde no las hay.

La autora utiliza una prosa culta, clara y variada, aunque con algunos desfallecimientos inexplicables, como el uso de la enfadosa muletilla "de algún modo", que casi nunca quiere decir nada, y menos cuando se repite innecesariamente: "él era joven de algún modo, porque su salida a Italia representaba el encuentro con todo lo que de algún modo podía abrirle los ojos a un mundo muy diferente [...], un mundo de libertad y de algún modo de iniciación" (página 46). O bien: "Esta tarde tengo que trabajar. De algún modo he perdido toda la mañana" (página 104). Otras veces se cae en el tópico: "Desde la más tierna infancia del monarca" (página 76); o se incurre en desajustes léxicos que, a pesar de sus pretensiones, no modernizan el texto: así, Velázquez "se ha paseado por las salas Paulinas y ha flipado con la suavidad y la elegancia de Rafael" (página 50); se utiliza el insufrible alargamiento léxico "culpabilizar" por "culpar" (página 106), junto con algunos otros descuidos que constituyen pequeñas máculas en una prosa por lo general muy cuidada.