Image: La hija de Agamenon

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Novela

La hija de Agamenon

Ismail Kadaré

21 junio, 2007 02:00

Ismail Kadaré. Foto: Archivo

Trad. R. Sánchez Lizarralde Alianza, Madrid, 2007 288 páginas. 18’50 euros

Al crítico se le exigen ideas, su persona apenas interesa, mientras de un autor pedimos que vierta en la página lo mejor de sí mismo, y moldee la verdad humana con sus palabras. Ismail Kadare (Gjiroskastër, Alba-
nia, 1936), el único escritor albanés conocido en Occidente, ganador del premio Man Booker Internacional 2005, despliega en sus obras una singular maestría para representar las vivencias de los oprimidos por la dictadura.

El volumen recoge dos novelas cortas, La hija de Agamenón y El sucesor. La primera se asemeja a la admirable película Una jornada particular (1977), de Ettore Scola. El tiempo y el lugar resultan similares, la acción ocurre en un día, durante un desfile conmemorativo, el de la novelita sucede el 1 de mayo, la fiesta del trabajo, presidida por el tirano albanés Enver Hoxha; el del filme, el 8 de mayo, fecha histórica en que Hitler visitó la Roma de Mussolini. Los personajes, ciudadanos, resultan juguetes movidos por los hilos de los autócratas. La historia tiene asimismo dos protagonistas, un hombre y una mujer, víctimas de los excesos dictatoriales. Incluso el protagonista de la obra, el narrador, y el galán de la cinta, Gabriele (Marcelo Mastroniani), son trabajadores de la radio.

Kadare consigue que las historias recogidas en el volumen, escritas independientemente, la primera acabada en Tirana en 1985, la segunda en París en 2003, aparezcan entrelazadas. La trama del tomo inicial prosigue en el segundo, compartiendo la protagonista femenina, Susana. Las técnicas narrativas resultan también similares. De un suceso en la vida de los personajes, por ejemplo, la muerte del sucesor al Gran Líder en la segunda, se avanza hacia un final por vías indirectas, dando vueltas hacia atrás y saltos adelante. Esta ampliación de la intriga ilumina huecos del pasado y augura el porvenir, intercalando episodios, elaborados de meros rumores o de pormenorizadas descripciones de hechos acaecidos. Tales historias complementarias logran adensar el ambiente, que los lectores sintamos con fuerza la insoportable presión psicológica experimentada por los personajes.

Lo peor de vivir privado de derechos y de libertad personal no proviene del miedo a la fuerza bruta ni de las escuchas policíacas; tampoco las persecuciones o a la incertidumbre del futuro asustan tanto como la mencionada presión psicológica. Kadare ejemplifica lo que Coetzee explica con respecto a la censura. Las torturas físicas resultan menos temibles, aunque tampoco son pan dulce, porque la falta de libertad termina siempre por conducirnos a la autocensura y a robarnos la dignidad personal. Los albaneses vivieron destemplados por el miedo durante una larga dictadura, manipulados mentalmente. El temor se instaló como una veleta en la mente de los ciudadanos oprimidos y un leve soplo de aire político hacía que se apresurasen a alinearse psicológicamente en la dirección sugerida por los jefes.

Kadare aparece frecuentemente en las listas de candidatos al premio Nobel, porque sus novelas exhiben ese plus propio de las obras que aspiran a ser un testimonio duradero de la condición humana. El título, La hija de Agamenón, alude a las claras a un trasfondo mítico y literario. La protagonista femenina, Susana, es la hija del Sucesor del Gran Líder, a la que en un determinado momento se la exige comportarse como allegada del notable, y debe abandonar a su amante, inadecuado en su nuevo estatus de familiar del delfín. Ella, como Ifigenia, la hija de Agamenón, que fue sacrificada por el padre como pedía el oráculo, para que su viaje a Troya prosiguiera sin contrariedades, también deberá ser inmolada en aras del éxito.

El sucesor me parece la joya del volumen. Posee la sofisticación de una obra de Kafka y la sencillez de recursos narrativos de un cuento tradicional. Kadare sabe describir los sentimientos humanos corrientes, envidia, odio, deseo, amor, miedo, y de proyectarlos en el texto con la sofisticación e inteligencia de un gran creador. Su dictador como los de nuestra literatura, de Valle-Inclán o de Francisco Ayala, existe en un vacío donde jamás se encuentra con un espíritu humano.