Fima
Amos Oz
25 octubre, 2007 02:00De Fima, publicada originalmente en 1991, diré de entrada que es una auténtica delicia. El lector no se arrepentirá de pasar unas horas siguiendo al singular personaje Efraim Nomberg, Fima, su protagonista. Oz lo denomina un schlemiel, un perdedor, se parece a Woody Allen personaje, un perdedor con una capacidad verbal desmedida, en cuyas tiradas se mezclan ocurrencias de-satinadas con válidas apreciaciones intelectuales sobre la vida israelí. Su escasa habilidad para resolver los asuntos prácticos de la vida cotidiana redondea su personalidad. Tamaña incompetencia para la vida regular le sirve a Oz para abordar las cuestiones que le preocupan, la vida en el Estado de Israel, donde la palabra, el debate, fuertemente controversial, se revela en el fondo como un obstáculo para el logro de una solución práctica y consensuada.
La novela resulta una suma de pequeños episodios en la existencia cotidiana de Fima. Trabaja de recepcionista en una pequeña clínica ginecológica, incumpliendo así las esperanzas puestas en su talento por familiares y amigos, que lo veían como un poeta y un intelectual prometedor. Aprendemos también de actos insignificantes, sus lecturas en la cama cuando apunta en trozos de papel las ideas sugeridas por los artículos, como de las tiradas sobre los mismos vertidas en conversaciones con los amigos.
Cuando lo conocemos tiene 54 años y ha sobrevivido a tres matrimonios. Vive aún en contacto con su última mujer, Yael, que, casada de nuevo, tiene un hijo, Dimi, para quien Fima hace a veces de canguro. El padre, un exitoso octogenario, lo visita con frecuencia y mantiene con él permanentes discusiones. Nina, la mujer de un amigo, lo busca de vez en cuando para hacer una prestación de caridad, de permitir a Fima que se desahogue sexualmente. Cuando Fima se siente frustrado y sus amigos, las víctimas habituales de su imparable discurso, que contradice el igualmente imparable, pero derechista, de su padre, convoca en su fantasía a su gobierno y soluciona los problemas del país.
Este virtuoso de la novela, Amos Oz, sabe utilizar la tradición narrativa para elevar, como hace Woody Allen en el cine, la aparente intrascendencia de asuntos tratados con humor a un nivel artístico extraordinario. Su realismo es heredero de Flaubert en las escenas dramáticas y de Antón Chejov en la textura de su recreación de la vida cotidiana.