Novela

Chesil Beach

Ian Mcewan

6 marzo, 2008 01:00

Foto: Alberto Cuéllar

Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2008. 192 páginas, 16 euros

Cuando la novelista irlandesa Anne Enright ganó el premio Booker 2007, superando en votos a Ian McEwan (Aldershot, 1948), algunos lectores estuvieron en total desacuerdo con el veredicto del jurado. A este crítico, sin embargo, le pareció un merecido honor. La principal razón es que The Gathering (La reunión), de Enright, ofrece una complejidad narrativa superior, debido a la simple razón de que Chesil Beach es una novela corta. Además, Enright posee una innegable capacidad imaginativa para representar el mundo un tanto mohoso, pasado de moda, que se respira en buena parte de Inglaterra y de Irlanda. La ficción de McEwan manifiesta, en cambio, mayor fuerza para retratar a la sociedad que mira hacia el futuro y con protagonistas de clase media alta en vez de la clase media a secas.

McEwan, uno de los destacados novelistas europeos actuales, pertenece al grupo de narradores de talento excepcional que escriben en lengua inglesa, como John Banville, Julian Barnes, Martin Amis y Rushdie. El inglés de McEwan es digno de nota, pues le permite auscultar su sociedad con un instrumento que sirve para conocer bien las costumbres ciudadanas contemporáneas. Y por tratarse ahora de una novela corta, la escritura resulta intensa, se nota que el autor se volcó en la página, corrigió con sumo cuidado el texto, y por ello sus descripciones de lugares, de interiores y de personajes, exhiben una enorme condensación del dibujo narrativo.
El tema de la novela, la falta de apetito sexual de Florence, la protagonista, se manifiesta abiertamente en la peor oportunidad imaginable, el día de bodas. Hasta el momento la pareja no había llegado más allá del escarceo juguetón, el darse algún beso, aunque ya la joven cuando sentía la lengua del prometido en su boca experimentaba cierto desagrado, de invasión de su persona. Edward, el marido, un muchacho de constitución fuerte, necesita pocos alicientes para que su masculinidad se despierte. La novela se situa en los años 60 del siglo XX, cuando comenzó la revolución sexual que abrió las puertas a una mayor implicación femenina en este terreno. No olvidemos que este aspecto sexual de los 60 abrió las puertas a una mayor relación corporal entre las gentes debido al creciente número de emparejamientos; desde entonces estamos más unidos unos con otros.
La escena inicial de la novela cuenta precisamente la noche de bodas, cuando los esposos se sientan a comer en la intimidad de la habitación de un hotel en Chesil Beach. La descripción de la cena resulta una excelente pieza de literatura costumbrista. Se cuenta cómo era el menú, los camareros, la comida abominable, típicamente inglesa de la época, falta de toda imaginación culinaria. Luego la pareja pasa al dormitorio, y McEwan logra otro excelente momento narrativo. La inexperiencia de los novios y una malhadada maniobra roban de encanto este encuentro. Florence corre a la playa y Edward la sigue una hora después.

La carrera profesional de ella, una violinista de talento, progresará con éxito, mientras que él no pasa de ser un comerciante de discos vinilo. Conocemos también a los padres de ambos, adinerados los de ella y asalariados los de él, que resulta un estudio en contrastes entre la vida de clases sociales distintas. Lo más interesante del texto se encuentra en su meollo, el dilema sobre qué es mejor, vivir disfrutando de múltiples experiencias sexuales, una posibilidad muy contemporánea, o situar por encima del deseo el concierto en sensibilidad entre las personas. El dilema resulta un poco rebuscado, y este lector rechazó en la primera lectura la situación como un simple caso de frigidez de Florence.

Pensé que el narrador hacía de abogado del diablo al sobrevalorar la aportaciones espirituales y desdeñar la influencia del cuerpo en las relaciones humanas, quizás me equivocaba, porque las páginas finales donde se dilucida el asunto revelan una exquisita sensibilidad autorial.

Las novelas de McEwan manifiestan siempre un encanto especial, pues crean una atmósfera muy del presente, que proviene, pienso yo, de un dinamismo narrativo propio. Sus historias no buscan responder, como es habitual, a por qué un personaje hace una cosa (Enright), sino a mostrarnos las acciones de los personajes, las situaciones que revelan su personalidad. Es como si Florence y Edward jugaran al juego de la vida, y el autor nos mostrara sus estrategias, sus maneras de ser, de comportarse. Quizás Henry James se vislumbra en el trasfondo.