Novela

Madre mía, que estás en los infiernos

Carmen Jiménez

6 marzo, 2008 01:00

Premio Café Gijón. Siruela, 2008. 255 páginas, 19’90 euros

De Carmen Jiménez poco sabemos, aunque la singularidad de este libro nos permite intuir a una luchadora contumaz que, desde un estilo absolutamente personal, logra conducirnos por una historia que acoge muchas historias sin excesos, ni estridencias. Acérquense, si no, a la protagonista -"Adela Guzmán", de 37 años, mujer, culta, dominicana, madre de tres hijos y dueña de un digno estatus social allá, en Coa (Santo Domingo)-, que viene a España buscando librarse de los miedos que condicionan su vida: miedo a un marido que la humilla; miedo a una madre con la que ha acumulado demasiadas cuentas pendientes, miedo a lo que ocurra con sus hijos. De ahí el viaje.
Con su llegada al aeropuerto de Barajas arranca la novela y se dispara el discurso, un monólogo que responde a una estudiada arquitectura argumental diseñada para trenzar la historia en dos tiempos (pasado y presente) repartidos en dos escenarios (Santo Domingo y España). Eficaz recurso que permite tejer un relato que no necesita de un suceso definitivo para marcar su pulso narrativo. Aquí la tensión se sostiene en la ráfaga verbal de Adela, en sus expectativas y en la situación de "duelo permanente" frente a lo que ha dejado atrás. ¿Delante?: Madrid, reparos sociales y culturales; el trabajo doméstico como única salida; la amistad con Antonio, el único interlocutor ante el que gradúa la intensidad de su voz al formalizar sus vivencias con aquel "hombre, dominicano y general" que motivó su huida. ¿Atrás? Su vida, que avanza a intervalos desde el presente más inmediato hasta el pasado más lejano: infancia, sumisión de la madre a un marido que "enfangó" su vida, la exigencia para que ella obedeciera a la costumbre del sometimiento. La historia de Adela no es la historia de un amor, como dice ella que dice el bolero, sino la de "un asedio sin tregua". Eso la trae a Madrid. Pero "el miedo no necesita visa. Es una sombra que viaja con nosotros", y éste la siguió. El final -coherente y logrado- queda reservado a los lectores. Sólo advertimos que sucede, sin más, sin excesos ni estridencias.