Madre mía, que estás en los infiernos
Carmen Jiménez
6 marzo, 2008 01:00Con su llegada al aeropuerto de Barajas arranca la novela y se dispara el discurso, un monólogo que responde a una estudiada arquitectura argumental diseñada para trenzar la historia en dos tiempos (pasado y presente) repartidos en dos escenarios (Santo Domingo y España). Eficaz recurso que permite tejer un relato que no necesita de un suceso definitivo para marcar su pulso narrativo. Aquí la tensión se sostiene en la ráfaga verbal de Adela, en sus expectativas y en la situación de "duelo permanente" frente a lo que ha dejado atrás. ¿Delante?: Madrid, reparos sociales y culturales; el trabajo doméstico como única salida; la amistad con Antonio, el único interlocutor ante el que gradúa la intensidad de su voz al formalizar sus vivencias con aquel "hombre, dominicano y general" que motivó su huida. ¿Atrás? Su vida, que avanza a intervalos desde el presente más inmediato hasta el pasado más lejano: infancia, sumisión de la madre a un marido que "enfangó" su vida, la exigencia para que ella obedeciera a la costumbre del sometimiento. La historia de Adela no es la historia de un amor, como dice ella que dice el bolero, sino la de "un asedio sin tregua". Eso la trae a Madrid. Pero "el miedo no necesita visa. Es una sombra que viaja con nosotros", y éste la siguió. El final -coherente y logrado- queda reservado a los lectores. Sólo advertimos que sucede, sin más, sin excesos ni estridencias.