Image: El otro nombre de Laura

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Novela

El otro nombre de Laura

Benjamin Black

3 julio, 2008 02:00

Benjamin Black. Foto: Archivo

Trad.: Miguel Martínez-Lage. 360 páginas, 19’50 euros

En este libro los enigmas empiezan desde la portada. Una vistosa pegatina colocada en el ángulo inferior derecho revela que Benjamin Black es el pseudónimo de John Banville. ¿Para qué la máscara entonces? ¿Por qué inventarse a Black en lugar de firmar como una novela más del prestigioso autor irlandés? ¿Se avergöenza Banville de escribir novela negra? Por lo rotundo del éxito y la reincidencia (es el segundo libro de Black), no parece ser el caso. No hay disonancias ni desviaciones de estilo respecto a la prosa magnífica que cimenta sus anteriores novelas. El libro es, página por página y párrafo por párrafo, una novela marca de la casa y, al mismo tiempo sumamente respetuosa con las convenciones del género policíaco.

Otro enigma menos evidente es por qué han preferido cambiar el título original y desplazar la atención hacia la víctima propiciatoria (esa mujer caprichosa e infiel cuyo cadáver aparece flotando en el mar) en lugar de conservar el original inglés: The Silver Swan. El cisne de plata hace referencia al negocio de belleza que abren juntos Laura y su socio y amante, pero también podría ser el símbolo del perverso, seductor y encantador Leslie White, un hombre delgado, pálido, frágil, de cabellera blanca e increíble atractivo físico, que es, con mucho, el personaje más enigmático de la obra.

El argumento avanza a través de dos flujos temporales: Quirke recibe una llamada de un antiguo compañero universitario que le pide que no haga la autopsia al cadáver de su mujer. A partir de ahí, desde las brumas que acompañan el aparente suicidio de Laura, se despliegan las dudas y sospechas de Quirke, de un inspector de la policía local, la ansiedad de su hija Phoebe tras conocer a White. Por otro lado, se van desvelando los episodios que condujeron a Laura hasta la consulta de un misterioso doctor de origen indio, sus infidelidades amorosas, su atracción por los negocios turbios y la pornografía barata. La trama es elegante y convenientemente oscura, pero quizá pesan demasiado sobre ella los huecos referidos a la anterior novela de Black, El secreto de Christine, la primera aventura de Quirke.

Steiner ha afirmado que Banville es el escritor de lengua inglesa más inteligente, una afirmación sobradamente temeraria, sobre todo, porque, como hizo notar en su día Anthony Burgess (escritor bastante más complejo y brillante que Banville y no digamos que Steiner) no es necesariamente bueno que un novelista sea demasiado inteligente. Es más, incluso podría ser contraproducente. El otro nombre de Laura refleja ampliamente ese temor.

Los personajes están bien construidos pero no dan la impresión de estar vivos, se les ve el relleno, y se sospecha la mano del autor que los mueve a través de la trama como marionetas. Como en Mefisto, como en El eclipse, la prosa cerebral y lujosa de Banville, forma el centro del espectáculo, y eso, que puede ser cargante en cualquier novela, es fatal en una novela negra. Las descripciones brillan suntuosas y el gran estilista se impone frase tras frase, pero hay una impresión de pesadez, de solemnidad, de grandilocuencia, que acartona las escenas. Como si la novela fuese una sucesión de fotografías, de imágenes estáticas.

Una enorme distancia separa al lector de la narración, mientras asistimos a cada diálogo, a cada encuentro, como si fuesen clases magistrales de escritura. Pero Banville es frío, es gélido, está muy lejos y muy por encima de sus criaturas. En ese sentido, es un gran acierto que Quirke se dedique a la medicina forense porque esta novela se parece extraordinariamente a su imagen inicial: una mujer joven, de hermosa piel pálida y bellas facciones, que aparece muerta sobre una losa de mármol, dispuesta para la autopsia.