Image: La noche del diablo

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Novela

La noche del diablo

Miguel Dalmau

26 junio, 2009 02:00

Miguel Dalmau. Foto: María Teresa Slanzi

Anagrama. Barcelona, 2009. 330 páginas, 19 euros.

La faceta más conocida del escritor Miguel Dalmau (Barcelona, 1957) es la de peculiar biógrafo de escritores, como Oscar Wilde, los Goytisolo o Gil de Biedma, que acreditan sobradamente una capacidad narrativa poco frecuente para sobrepasar la pura acumulación de datos e insuflar en el acercamiento biográfico rasgos cercanos al de la prosa novelesca. Este balanceo entre crónica y relato de ficción se acentúa en La noche del Diablo, que es una novela ambientada en Mallorca durante los primeros meses de la guerra civil en la que varios personajes corresponden a seres reales, como el fascista italiano Arconovaldo Bonacorsi -más conocido como conde Rossi-, el marqués de Zayas o el periodista Francisco Ferrari Billoch. Incluso el propio narrador, el padre Julián, un sacerdote recluido durante el último tramo de su existencia en un sanatorio antituberculoso donde evoca su participación en los hechos narrados, está delineado sobre la figura de Julián Adrover, que acompañó al conde Rossi en sus correrías y sangrientas represalias por la isla. Pero claro está que, al margen de estas correspondencias, que el autor detalla en una nota final, lo que importa es el tratamiento narrativo -su conversión en novela, en suma- a que el autor somete los datos de la historia. Una historia repleta de episodios reales o apenas transfigurados de matanzas, saqueos y actos violentos de infinita crueldad, que muestran cómo "el hombre es igual en todas partes: cobarde, violento, mezquino" (p. 207). Pero, sobre todo, una historia donde lo que va creciendo y se enriquece sin cesar es la configuración psicológica precisa, gradual y llena de matices, de dos personajes: el conde Rossi, fatuo, ambicioso y desalmado, encargado de adiestrar y capitanear una partida de jóvenes falangistas (los "dragones de la muerte") pronto convertidos en matones y asesinos, y el padre Julián, al que sus superiores envían junto al conde en calidad de intérprete, pero que contempla el sanguinario proceder del italiano sin rebeldía alguna -contraviniendo sus creencias y su propia condición sacerdotal- y hasta con un oculto sentimiento de admiración por su gallardía, su fuerza impetuosa y su atractivo social, que hace estragos entre las mujeres de la sociedad mallorquina. Junto a estos personajes, otros de menor relieve, como el marqués de Zayas o el falangista Emilio Lozano, representan al sector más conservador de la isla, sometido pronto a las directrices de los sublevados y colaborador en las tareas de exterminio de republicanos y supuestos rebeldes, ya que, como reflexiona el padre Julián, "aquella lucha fue una ceremonia de canibalismo tribal. Porque cuando los mallorquines ya no pudieron devorar a sus enemigos, se dedicaron a devorarse unos a otros para calmar la sed de sangre" (p. 209).
Entre estos episodios de violencia desatada, donde hay violaciones, asesinatos, "paseos" que acaban en fusilamientos ante las tapias de los cementerios y otras atrocidades vertebradas por la más descarnada ideología fascista, destaca, como un oasis de pureza e idealidad, la historia de Catalina Coll de San Simón, inútilmente asediada por el insaciable Rossi -incluso con la vergonzosa colaboración del padre Julián- y que representa la presencia de la "donna angelicata" en medio de un infierno de hechos cainitas y conciencias envenenadas.
Dalmau ha escrito una excelente novela, de ritmo bien dosificado, con caracteres convincentes y con un estilo impecable, atento a la precisión idiomática necesaria para registrar con eficacia y sobriedad elementos paisajísticos, estados de ánimo o rasgos físicos que enriquecen las páginas del relato. Algunos levísimos deslices corregibles, como llamar "continente" a la península (p. 14) o escribir "las antípodas" (p. 162), no merman en absoluto la indudable calidad de la prosa y de la narración.