Image: El accidente

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Novela

El accidente

Ismael Kadaré

23 octubre, 2009 02:00

Izado de banderas albanesas en Kosovo. Foto: Valdrim Xhemaj

Trad. R. Sánchez Lizarralde Alianza. 320 pp., 18 euros


Como un gesto anticipado de gratitud por el Príncipe de Asturias, máximo galardón que se puede conceder en nuestro país a un autor de lengua no española, Ismaíl Kadaré (1936) dedica tres capítulos de El accidente a una paráfrasis y una deconstrucción de la novela cervantina del "curioso impertinente". Y no es la primera vez que su buena estrella entre nosotros se ve correspondida, por su parte, con una presencia significativa de lo español en sus novelas. Así en Frías flores de marzo, en la que el jefe del protagonista vuelve obsesionado de su viaje a "ese lejano país que llaman España".

La fama de Kadaré tiene que ver con lo oportuno de su exilio a Francia en 1990, la plataforma editorial que desde allí aupó su obra, y, en general, una eficaz estrategia en lo que se refiere a sus traducciones a más de cuarenta lenguas. Pese a su reducida entidad territorial, la ubicación geoestratégica de Albania, han hecho de ella un testigo singular de la Historia. Situada en la marca oriental de lo que el autor denomina en un libro reciente "el gran país que lleva por nombre Europa", Albania, pueblo romanizado y luego sometido al Imperio otomano hasta su independencia en 1912, protagonista después de la más sonada disidencia antisoviética dentro del bloque comunista en la guerra fría, ha vivido con una intensidad peculiar la secuencia de los siglos. De ello Kadaré ha dejado testimonio privilegiado en su obra, encarnando el papel de escritor "nacional" dispuesto a dar cuenta de los episodios decisivos en la trayectoria de su país. Se ha destacado en él su capacidad para insuflar un especial aliento épico y palmarias resonancias míticas en el relato de los avatares históricos. Po- dríamos hablar de un tratamiento "doméstico"de la Historia, pero en la mayoría de los casos ese registro va acompañado de un tono trascendente, que llega a identificarse con lo trágico.

Su novela de 1986 traducida al francés como Qui a ramené Doruntine? trata del periodo pre-otomano, pero la mayor parte de su producción está dedicada a la contemporaneidad: la lucha contra el fascismo y el nazismo, la ruptura de la Albania comunista con la URSS primero y con China después, y, finalmente, la caída del régimen de Enver Hoxha y la transición política subsiguiente. éste es el momento en que se sitúa la acción de El accidente, en la que adquiere relevancia el conflicto de los Balcanes, con los crímenes genocidas en Kosovo, las represalias de la OTAN contra Serbia y el juicio de La Haya contra Milosevic. Ante este conflicto, el protagonista, un albanés consultor del Consejo de Europa, se muestra especialmente activo como lo fue el propio Kadaré (y la novela así lo recuerda oportunamente).

El autor no ha dudado en declarar que El accidente es un libro difícil, poco adecuado para introducirse en su literatura. Es fácil concordar con él, y proponer como alternativa sus novelas cortas traducidas en 2008 con el título de Cuestión de locura. Ello no quita que El accidente nos parezca "un Kadaré auténtico". Su filiación es inconfundible; participa de las mejores virtudes de su arte pero introduce un doble punto de inflexión muy interesante. Se invierte el orden de los factores entre la Historia y la intrahistoria; lo doméstico se sobrepone a lo épico y así Kadaré concede lugar prioritario a un tema que nunca le ha sido ajeno: el amor. Por otra parte, aunque sus protagonistas, Besfort Y. y su joven amante Rovena St., sean albaneses, su idilo se desarrolla en un espacio centroeuropeo, lo que confiere a la novela un aire cosmopolita.

Kadaré es un narrador efectivo, tradicional pero deudor tanto de Chejov como de Joyce. Se ha acreditado asimismo como un escritor hábil en el manejo de diversos registros, que en El accidente van de la narración omnisciente a las elipsis, el fragmentarismo y el flujo de la conciencia. Se ha ponderado su capacidad para entreverar lo banal con lo trascendente, echando mano, incluso, de la mitología clásica, como aquí ocurre con Orfeo y Eurídice. También sabe aprovechar intrigas policiales, estrategia que está en el meollo de El accidente pues comienza con el que le cuesta la vida a la pareja central. Lo que viene después consiste en la reconstrucción de ese accidente aparentemente circunstancial pero al que enseguida se envuelve en un halo de fatalidad. No faltan posibles implicaciones políticas, con las pesquisas de los servicios secretos serbios y albaneses, pero la reconstrucción de los hechos, basada en fotos, informes, cartas, páginas de diarios o conversaciones telefónicas, recae en un "investigador" que se comporta como el narrador deicida de las novelas decimonónicas, pues nada parece quedar oculto a su curiosidad, incluso los sueños de los personajes.

Y, sin embargo, la última página de El acccidente deja al lector sumido en un mar de dudas. Pero es difícil sustraerse a la fuerza poética del trágico enlace entre Besfort y Rovena, al que un tercer personaje, la lesbiana Liza Bloom, aporta una nueva dimensión. Todas estas complejidades sentimentales, que el protagonista entiende al modo del "tiempo ancestral en que el amor no era más que erotismo" (p. 98) y Rovena, inspirada por Liza, en una forma masculina de dominación tiránica y de perversión de su verdadera tendencia sexual, tienen, según la lectura de Kadaré, un antecedente de cabal actualidad en la novelita quijotesca de El curioso impertinente.