Image: Mi amor degraciado

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Novela

Mi amor degraciado

Lola López Mondéjar

10 septiembre, 2010 02:00

Lola López Mondéjar

Siruela. Madrid, 2010. 257 páginas, 17'95 euros


Con Mi amor desgraciado, media docena de títulos avala la capacidad narrativa de Lola López Mondéjar (Molina de Segura -Murcia-, 1958), escritora de la que cabe decir, como mínimo, que ninguna de sus obras, al margen de su diversa enjundia, obedece al designio facilón y que tanto se lleva de contar historias superficiales que puedan ser transformadas casi automáticamente en imágenes. Sin duda por su condición de psicoanalista profesional, a la autora murciana le interesa bucear en los sentimientos de sus personajes, crear figuras psicológicamente complejas, seres con una vida interior bien perfilada.

Mi amor desgraciado es una novela de estructura aparentemente simple, compuesta por los monólogos -casi confesiones de diván- que van alternándose a lo largo de la obra y que corresponden a dos mujeres que nada tienen que ver entre sí pero entre las cuales acabará produciéndose un encuentro seguido de diversas conversaciones que permitirán descubrir cómo las declaraciones de una de ellas -Hélêne- formaban parte desde el principio de una larguísima confesión que una reclusa condenada por parricidio va desplegando ante la única persona que la visita en la cárcel. Pero el carácter de receptora de las confesiones de Hélêne que se asigna a esta otra mujer innominada no la convierte en psicoanalista ni tampoco la reduce a una función ancilar en la historia, ya que la autora penetra también en su intimidad psicológica, hasta el punto de que, aunque los destinos de ambas mujeres sean muy diferentes, comparten rasgos comunes.

Precisamente en la sugerencia de muchas de estas sutiles analogías radica buena parte de la habilidad narrativa que la novela ostenta. Junto al problema de Hélène, destruida por un amour fou y una aversión patológica frente a los hijos no deseados, la conarradora erige ante el lector el perfil de una mujer que busca ansiosamente su libertad personal tras desligarse de las ataduras de un marido y una hija junto a los cuales se había sentido como en una cárcel, lo que permite advertir que, aunque ambas mujeres sigan caminos muy distintos, su impulso liberador tiene caracteres semejantes. De este modo, la prisión metafórica de la que se libera la pacífica conarradora refugiada en París coexiste con la cárcel real en la que Hélène ha visto convertida su vida anterior.

En este conjunto de analogías y contraposiciones, entremezcladas con el relato de hechos cotidianos e insignificantes -compras, paseos, breves conversaciones con vecinos-, se deslizan reflexiones y agudos matices acerca de problemas universales: la soledad, la difícil convivencia humana, el amor en sus diversas manifestaciones, los hijos, el impulso criminal y hasta la relación entre la vida y el arte, porque la trágica decisión de Hélène la convierte, sin saberlo ella, en una reencarnación de la Medea de Eurípides que recreó Séneca -traducido y adaptado a su vez por Unamuno, podría añadirse- y pintó obsesivamente Delacroix, artista a cuyo estudio se dedica la otra narradora en compañía de su amigo Marcel, lo que crea un nuevo nexo entre ambas mujeres.

Novela excelente por su penetrante discurso psicológico -en el que, dejando aparte algunos trazos gruesos e hiperbólicos con que se pinta el impulso que arrastra a Hélène hacia su marido, convendría haber podado consideraciones o claves demasiado explícitas para dejar que el lector tuviese una intervención más activa y las dedujese por su cuenta-, Mi amor desgraciado está escrita en una prosa sin alardes, límpida, que sólo alguna vez cae en expresiones tópicas, como al referirse a los medios informativos como "las distintas voces de la sociedad, sus diferentes referentes mediáticos" (p. 181) o embarulla demasiado una frase: "…secretos que se esconden tras la puerta de los, hasta entonces en apariencia transparentes, hogares franceses" (p. 183).

ALGO PERSONAL

- ¿Cómo acaba una psicoanalista volcada en la escritura?

- Más bien diría que fue la niña escritora quien acabó siendo psicoanalista.

- ¿La novela es una buena terapia?

- La salida creativa ha sido siempre una buena terapia, aunque, a juzgar por la incidencia de la patología mental entre los artistas, a nadie exime del dolor de existir; sirve de paliativo, de tímido consuelo.

- La protagonista de la novela está en una prisión real y en otra metafórica: ¿cuáles son las suyas como escritora?

- Mi escritura responde a una necesidad de indagar en lo que me inquieta. Me interesa la literatura comprometida con la vida. No busco los temas, sino que vienen a mí. Creo que los límites de mi escritura podrían ser los de mi curiosidad; y mi prisión, la paz intelectual que viviría como estéril.