Balada de las noches bravas
Jesús Ferrero
22 octubre, 2010 02:00Existe en estas páginas un considerable esfuerzo constructivo para seguir las andanzas de los personajes por diversos lugares -el País Vasco, París, Ginebra, Pamplona, China- detallando minuciosamente desde los distintos ambientes -algunos tan sórdidos como el del hotel Marigny- y panoramas urbanos hasta el tiempo atmosférico. Y hay un regusto casi barojiano en el esbozo de múltiples personajes secundarios que se desvanecen tras una fugaz aparición, ayudando de este modo a configurar un mundo bullicioso y variopinto con buenas dosis de autenticidad.
Y tal vez esta complejidad, que obliga a insertar párrafos de resumen (págs. 421, 433 o todo el final), cause pequeños desequilibrios constructivos. No está clara, por ejemplo, la función del jesuita Camilo, tío de Ciro, que ocupa por completo los dos capítulos primeros para quedar inmediatamente relegado -desde que Ciro se hace cargo de la narración- y luego desaparecer. Que al final, con Beatriz y Ciro en China, brote el recuerdo de Camilo no es suficiente para justificar su protagonismo inicial. Por otra parte, el narrador Ciro no tiene por qué saber la antigua y oculta relación de su tío con Yankuén (p. 401). La súbita visita de Ciro a Marcial, personaje sin antecedentes textuales, obliga a decir precipitadamente que se habían conocido en La Bola de Oro (p. 262), pero no existe mención alguna en el episodio correspondiente, y lo mismo sucede con Elba (p. 264). Tampoco el trato con Marcial -muy somero en la novela- basta para explicar el desaliento que su muerte provoca en Ciro. Se diría que estos pequeños desajustes son el resultado de podas realizadas sobre una redacción más amplia que han dejado algunas cicatrices. En otro orden de cosas, ciertas podas sí serían convenientes para limar parlamentos enfáticos, como el monólogo de Morengo (p. 424) o la imaginada conversación de Tolstói (p. 366).
Novela ambiciosa, densa, y compleja crónica generacional, Balada de las noches bravas es también -y quizá sobre todo- una reflexión sobre los vaivenes del amor y su naturaleza psicológica, no expuesta con disquisiciones teóricas, sino encarnada, como debe esperarse de cualquier relato, en la historia de Ciro y Beatriz que recorre la novela. Obra, además, bien escrita, aunque se mencionen unos "dispensarios de automóviles" (p. 115) que hay que suponer "concesionarios", o se caracterice a un anónimo personaje de café como "un sujeto con aspecto de editor" (p. 337), apreciación enigmática para la mayoría de los mortales.