Image: Marcos Montes

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Novela

Marcos Montes

David Monteagudo

24 diciembre, 2010 01:00

David Monteagudo. Foto: Quique García.

Acantilado. Barcelona, 2010. 118 páginas, 12'90 euros

El año pasado, la aparición de la primera novela de David Monteagudo -Vivero (Lugo), 1962-, titulada Fin, despertó un eco inusitado y fue recibida con abundantes elogios. Seguramente esta razón ha impulsado a los editores a publicar ahora Marcos Montes, obra menos compleja, compuesta sin duda antes que Fin pero con el interés de adelantar en algunos aspectos los motivos y la técnica de ésta. No sé si por casualidad, la impresión material de la obra -concluida en el mes de octubre, según indica el colofón- ha corrido paralela a la dramática situación de un grupo de mineros sepultados en Chile cuyo salvamento ha tenido en vilo al mundo durante muchas semanas. Y recuerdo el hecho porque la novela narra un derrumbamiento ocurrido en la mina de oro de un innominado lugar y las subsiguientes tareas de rescate. Es de esperar que no haya sido esta coincidencia el motivo de la publicación, ya que, por suerte para el autor, el terrible suceso con que arranca su relato no da lugar a una obra "realista" o a una crónica disfrazada, sino a una historia con ribetes simbólicos en la que, como ya sucedía en Fin, se mezclan con naturalidad lo real y lo sobrenatural, la vida y la ultravida. La línea temática en la que se sitúa el autor es la de cierta literatura fantástica ampliamente cultivada por el Romanticismo, desde Hoffmann a Poe, que cuenta entre sus derivaciones actuales a escritores como Stephen King, algunas de cuyas creaciones es inevitable recordar ante una obra como Marcos Montes.

La acción, que comienza con el frugal desayuno que toma el personaje antes de salir de su casa para encaminarse a la mina, transcurre por caminos trillados y con informaciones previsibles: la llegada, el descenso, la distribución de los diversos grupos por las distintas galerías de la mina y la colocación de cada minero en su puesto de trabajo. Al cabo de un rato se produce el derrumbamiento, se extingue la luz y comienza la odisea de Marcos Montes, que, a tientas en la oscuridad, intenta reagruparse con sus compañeros. El angustioso recorrido del personaje se convierte en un camino hacia la luz jalonado por diversos episodios -las discusiones de los mineros, las propuestas de solución, el encuentro con Gabriel, las ensoñaciones de Marcos y los recuerdos de la muchacha a la que amó en su adolescencia- hasta desembocar en un final inesperado (no tanto si se interpretan adecuadamente ciertos signos premonitorios diseminados a lo largo del relato), tras el cual el lector debe plantearse en qué momento del relato la historia "real" ha pasado a convertirse en narración fantástica, ya que ninguno de los mecanismos habituales para delimitar los dos ámbitos -así, el sueño, por ejemplo- interviene aquí, sino que todo rueda por los mismos carriles y sin solución de continuidad, dejando a un lado, además, simplemente sugeridos, ciertos temas: la amistad, las ilusiones perdidas, los afanes y deseos ocultos de cada uno, la mediocridad de una vida gris.

Hay que decir que todo está bien narrado, que la suspensión e incertidumbre que se cierne sobre los movimientos titubeantes de los mineros en la oscuridad de las galerías y su posible final se mantienen con un ritmo dosificado -sólo las líneas postreras incurren en cierta ingenuidad- y que únicamente el lenguaje, funcional y sin alardes, ofrece deslices. Así, el cuidado puesto en los diálogos -notable en el caso del africano Gabriel- se relaja alguna vez en parlamentos demasiado enfáticos para corresponder al personaje de Marcos (p. 88). Y existen muletillas suprimibles, como la enojosa "de alguna manera" que nada significa: "el resplandor [...] que de alguna manera emanaba..." (p. 92; añádanse pp. 94, 103, entre otras). Por otra parte, "la posición de las agujas" de un reloj no puede indicar "que eran las cinco y veintisiete minutos de la mañana" (pp. 11-12; ¿por qué no de la tarde?). Y en las galerías de una mina no hay un "cincuentavo nivel" (p. 13), ni la oscuridad tiene que ser forzosamente "negra como la tinta" (p. 15), como si no hubiese tinta de otros colores.