Las sílabas del mundo
José Luis Puerto
17 octubre, 1999 02:00Lo más destacado de Estelas (1995) es tal vez la colección de epitafios que le da título, pero el libro ofrece también otros tonos y otras intenciones. Puerto, que comenzó como poeta memorialístico, que no ha dejado de serlo, no quiere sin embargo limitarse "a cantar lo que se pierde", según el verso machadiano, y se aventura a menudo en una poesía que aspira a ser también pensamiento, interpretación del mundo. Con Señales (1997) la poesía de Puerto trata de prescindir de apoyaturas narrativas o descriptivas. Es quizá por ello su libro más desasido, el que menos apoyaturas ofrece al lector apresurado. El poema a veces se reduce a una "letanía" de voces esenciales.
¿Qué aporta Las sílabas del mundo a un poeta que cuenta ya con tan amplia trayectoria, que parece condenado a repetirse? Lo más destacado es su sentido de celebración, la tendencia al himno de los mejores poemas. La elegía, tan frecuente en esta poesía temporalista, ha sido sustituida por un gozoso cántico -muy guilleniano en el fondo, aunque no en la forma- a la plenitud del instante: "Pero el día con todos sus nogales/es un ofrecimiento de la luz/y los huertos sembrados,/la geometría de los surcos,/los castaños que alumbran sus candelas,/el fulgor amarillo de sus flores/y el canto de los mirlos, de los pájaros,/que celebran el gozo de su estar en las ramas,/de ser cielo en el cielo,/melodía en el aire". No resulta casual que las palabras más repetidas en este último libro de Puerto sean "comunión" y "entrega". Así el poema "Por el bosque de robles" termina con estos versos: "Pues sólo es plenitud lo que vivimos/con la serenidad y la pureza/de entregarnos al mundo/para ser comunión con lo creado".
Un libro ha de juzgarse por sus mejores momentos, y son muy altos los logros de expresión y emoción que encontramos en Las sílabas..., pero conviene subrayar algunas disonancias, las más notables cierta pretenciosidad metapoética o una evidente moralina. El poema "Van a venir los días más hermosos", por citar un ejemplo, ganaría mucho si el autor confiara más en su capacidad de sugerencia y prescindiera de los versos finales: "van a venir los días más hermosos,/su llegada está cerca, si hemos dado/nuestra semilla a los demás en siembra" (versos que se prestan a la parodia, como ocurre a veces con Claudio Rodríguez: de lo sublime a lo ridículo suele haber un paso).
¿Qué distingue a la poesía de José Luis Puerto? En primer término, que nos habla de una infancia campesina y de una España rural, que fue la de buena parte de nosotros hasta ayer mismo, pero a la que los poetas de las últimas promociones han vuelto deliberadamente la espalda. Pero no es esa la única diferencia, ni la principal. Puerto no se limita a dejar constancia de un tiempo perdido en versos que pueden llegar a amarillear de trasnochado costumbrismo: su poesía, antes que canto y cuento, es meditación y revelación, y por eso deja en el lector -para decirlo con palabras suyas- una larga resonancia "de astros luminosos en lo oscuro".