Poesía

Las sílabas del mundo

José Luis Puerto

17 octubre, 1999 02:00

Las Tres Sorores. Zaragoza, 1999. 78 páginas, 1.400 pesetas

En nota preliminar a El tiempo que nos teje, su primer libro, de 1982, escribió J. L. Puerto: "El tiempo, en la medida en que nos teje de vida y muerte, se configura como el verdadero texto humano. Es en su urdimbre donde se va creando el tejido de nuestro devenir; pero esta creación está enmarcada por un principio y un final de sombra, de silencio". Fiel a esa declaración ha sido en sus libros sucesivos. Un jardín al olvido, que fue accésit del premio Adonais en 1986, rescata el tiempo de la infancia: "Era un jardín sin tiempo, sin dolor, sin memoria,/la inocencia brotaba en las ramas de un árbol/que tuviera en la sangre sus raíces más hondas...". La infancia del poeta en las tierras mágicas de La Alberca, donde nació en 1953, se recrea igualmente en Las cordilleras del alba, de 1991, un libro en prosa que es también -como el Ocnos de Cernuda, como Las cosas del campo, de Muñoz Rojas- un libro de poesía. Paisaje de invierno (1993), su siguiente entrega, lleva una presentación de A. Gamoneda, pero no es Puerto un poeta de estirpe gamonediana. En su obra resuenan muchos modos, de Valente a Celan, de Colinas a Claudio Rodríguez, siempre -o casi siempre- bien asumidos en un decir personal. Paisaje de invierno alterna los poemas que ven el mundo a través del arte -Zurbarán, El Greco, Klee- con otros que parecen mirar directamente la realidad en torno.

Lo más destacado de Estelas (1995) es tal vez la colección de epitafios que le da título, pero el libro ofrece también otros tonos y otras intenciones. Puerto, que comenzó como poeta memorialístico, que no ha dejado de serlo, no quiere sin embargo limitarse "a cantar lo que se pierde", según el verso machadiano, y se aventura a menudo en una poesía que aspira a ser también pensamiento, interpretación del mundo. Con Señales (1997) la poesía de Puerto trata de prescindir de apoyaturas narrativas o descriptivas. Es quizá por ello su libro más desasido, el que menos apoyaturas ofrece al lector apresurado. El poema a veces se reduce a una "letanía" de voces esenciales.

¿Qué aporta Las sílabas del mundo a un poeta que cuenta ya con tan amplia trayectoria, que parece condenado a repetirse? Lo más destacado es su sentido de celebración, la tendencia al himno de los mejores poemas. La elegía, tan frecuente en esta poesía temporalista, ha sido sustituida por un gozoso cántico -muy guilleniano en el fondo, aunque no en la forma- a la plenitud del instante: "Pero el día con todos sus nogales/es un ofrecimiento de la luz/y los huertos sembrados,/la geometría de los surcos,/los castaños que alumbran sus candelas,/el fulgor amarillo de sus flores/y el canto de los mirlos, de los pájaros,/que celebran el gozo de su estar en las ramas,/de ser cielo en el cielo,/melodía en el aire". No resulta casual que las palabras más repetidas en este último libro de Puerto sean "comunión" y "entrega". Así el poema "Por el bosque de robles" termina con estos versos: "Pues sólo es plenitud lo que vivimos/con la serenidad y la pureza/de entregarnos al mundo/para ser comunión con lo creado".

Un libro ha de juzgarse por sus mejores momentos, y son muy altos los logros de expresión y emoción que encontramos en Las sílabas..., pero conviene subrayar algunas disonancias, las más notables cierta pretenciosidad metapoética o una evidente moralina. El poema "Van a venir los días más hermosos", por citar un ejemplo, ganaría mucho si el autor confiara más en su capacidad de sugerencia y prescindiera de los versos finales: "van a venir los días más hermosos,/su llegada está cerca, si hemos dado/nuestra semilla a los demás en siembra" (versos que se prestan a la parodia, como ocurre a veces con Claudio Rodríguez: de lo sublime a lo ridículo suele haber un paso).

¿Qué distingue a la poesía de José Luis Puerto? En primer término, que nos habla de una infancia campesina y de una España rural, que fue la de buena parte de nosotros hasta ayer mismo, pero a la que los poetas de las últimas promociones han vuelto deliberadamente la espalda. Pero no es esa la única diferencia, ni la principal. Puerto no se limita a dejar constancia de un tiempo perdido en versos que pueden llegar a amarillear de trasnochado costumbrismo: su poesía, antes que canto y cuento, es meditación y revelación, y por eso deja en el lector -para decirlo con palabras suyas- una larga resonancia "de astros luminosos en lo oscuro".