Poesía

El sexto día

Luis García Montero

12 abril, 2000 02:00

Debayte. Madrid, 2000. 285 páginass. 2400 pesetas

Según su título, esta colección de ensayos se ofrece como el itinerario de la creación del yo poético contemporáneo en la tradición española. Pero el subtítulo de "historia íntima" nos indica, desde la cubierta, lo que luego se confirma en el prólogo y el índice: no se trata de una indagación objetiva o neutra, sino de algo más limitado y por eso más personal: la definición de una genealogía de la que el autor se siente heredero, y por la que ha querido navegar como ejercicio de autoconocimiento. Nos dice que la polémica le parece mísera y que esta cansado de ella; en ambas apreciaciones le doy la razón, sin la menor reserva. Hay que huir del egocentrismo que nubla el juicio, y de la manipulación que convierte en armas la realidad y las ideas; pero no necesariamente del debate objetivo y respetuoso. Quiero creer que este no pretende ser un libro polémico, pero Yahvé, aunque se disponga a descansar tras el sexto día de la Creación, no puede ser inocente de la naturaleza de sus criaturas, si éstas llevan en su entraña la semilla de la discordia. Hay muchas formas de polemizar, y es sensato y noble abstenerse de las menos divinas; pero no basta. Conviene revisar el contenido del arca de Noé, porque si en ella no están todas las especies se habrá malogrado un designio que hubiera podido ser digno de Dios. Y conste que me parece de perlas que no quiera serlo García Montero; más significativa es su actitud de "lector apasionado" que nos da las claves de su educación sentimental, que afirma "el orgullo de la apropiación" y el derecho de la relectura personal de la tradición; que reconoce que "nuestra ideología vampiriza cualquier realidad" y es "una máquina de definiciones oportunas"; que su placer de lector requiere una "falsificación verdadera" de esa tradición. Verdadera como opción personal, acaso legítima en el poeta, nunca en el profesor. El sexto día es así una biblioteca ideal formada desde el indiscutible criterio del gusto personal, pero discutible al margen de él; es el equipaje abierto que muestra lo que su propietario se llevaría a una isla desierta, dispuesto a ser un Robinson bien acompañado pero al que, a mi modo de ver, le faltan aún muchos Viernes para estarlo del todo. No se me oculta que mi opinión podrá ser tachada de profesoral si creo preferible un acercamiento imparcial, objetivo e integrador a la Historia Literaria. Pero todo queda, al fin y al cabo, entre poetas profesores, que están por fuerza de acuerdo en más cosas de las que pueda parecer: por ejemplo, en la exigencia de una Teoría Literaria necesariamente unida a la Historia de la Literatura, siempre, claro está -aunque García Montero no lo diga- que esta última no sea íntima.´

Los Viernes que tienen capítulo en esta aventura insular son Berceo, Jorge Manrique, Garcilaso, Quevedo, Meléndez Valdés, Espronceda, Bécquer, Antonio Machado y los poetas del 50. En mi opinión, y limitándome a lo de mayor calibre, faltan el arcipreste de Hita, Góngora, Villamediana, Rubén Darío, Manuel Machado, Valle, Juan Ramón, Aleixandre, Lorca o Guillén. Asumiendo el gusto de García Montero, creo que también San Juan, Lope, Campoamor, Salinas y acaso el Jovellanos intimista, el que mereció, en Habitaciones separadas (1993), un poema en la mejor tradición novísima del yo delegado en un personaje histórico.

En las páginas divulgativas de El sexto día conviven lugares comunes de la crítica académica, inteligentes observaciones personales, equilibradas visiones de conjunto e interpretaciones ostensiblemente parciales. Excesivamente angelical resulta la imagen de Berceo, el pillo sórdido y mezquino que se atrevió a presentar a media España, y con amenaza de excomunión, el expediente fiscal que es la Vida de San Millán, amparándose en dos falsificaciones perpetradas en su monasterio: el privilegio de Fernán González y la bula del papa Inocencio III. Parcial la de Quevedo, a quien se asigna "el tono descarnado de la confesión", el propósito de "escribir como humano" y la defensa del estilo llano, cuando fue tan sutil artífice del pensamiento y la palabra como Góngora, y cuando Góngora fue tan carnal como él en el Polifemo, para quien sepa leer su canto a la belleza adolescente de Galatea. Poco sensata y en exceso apasionada la asunción, a propósito de Antonio Machado, de los peores tópicos sobre el Modernismo; más cuando se ilustra la conciencia revolucionaria de don Antonio con la canción de 1919 sobre el káiser Guillermo y el zar Nicolás, no más aguda que el denuesto del zar Alejandro III en las décimas juveniles de Rubén a Máximo Jerez. Muy reductora la lectura de Cernuda y Gil de Biedma, si su legado se reduce a "contar la perplejidad sentimental, la insumisión y los deseos de los ciudadanos reales".

García Montero es un poeta de calidad, imitado y respetado, y por ello tiene una ineludible responsabilidad como ensayista. La afrontó el 27 al sacar a Góngora del Purgatorio, y Eliot en el caso análogo de los metafísicos ingleses. La afrontaron Salinas, Guillén y Cernuda, ayudando a sus contemporáneos, con amplitud de miras y horizontes, a mantener viva la riqueza de nuestros clásicos. Mal se cumple esa misión apostando sólo por la facilidad, por medio de la exclusión de unos y la lectura incompleta de otros.