Image: Háblame de las ciudades...

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Poesía

Háblame de las ciudades...

José Pérez Olivares

14 junio, 2000 02:00

Renacimiento. Sevilla, 1999. 61 páginas, 1.250 pesetas

Culturalista, meditativo, a ratos aparentemente coloquial, siempre muy literario, la personalidad y la verdad de Pérez Olivares están en los matices

En la breve nota biográfica que figura en la contraportada de su libro, se nos dice que Pérez Olivares (Santiago de Cuba, 1949) es poeta y pintor. No conocemos su pintura, pero, a juzgar por su poesía, es muy probable que se trate de un pintor de género, de un pintor que no desdeña el asunto.

La Biblia y la mitología clásica, las dos grandes fuentes de inspiración de la pintura tradicional, sirven de pretexto a los poemas de Háblame de las ciudades perdidas, un libro que nos habla de Jericó y de Jerusalén, de Moisés y de Barrabás, de Jesús y también del Minotauro. Sólo en una ocasión, "Un pez en las aguas del mundo", menciona directamente la ciudad de La Habana, a la que "de ahora en adelante, / no será necesario buscarla en los mapas".

Pero no intenta Pérez Olivares una neoclásica y acartonada reconstrucción. "Cualquier ciudad del mundo puede llamarse Jericó", dice el verso inicial. Y en ocasiones resulta fácil, quizá demasiado fácil, ver transparentarse, tras el personaje bíblico, al personaje contemporáneo, la contrafigura del autor. En "El ángel y Lot", la negativa de Lot a obedecer al ángel ("Quedan pocas horas, / aprovechad las sombras de la noche y desapareced") es la negativa de algunos cubanos, nada fidelistas, que se resisten a pesar de todo a emprender el camino del exilio: "Aquí permaneceré. / Nadie puede obligarme a abandonar mi ciudad. / Ni la palabra de Dios logrará sacarme de esta casa. / Esta casa es mi país, único reino que poseo. / Si me marcho, habré perdido para siempre lo único que me ata al pasado".De las varias tradiciones de la poesía cubana, Pérez Olivares se enlaza muy claramente con el grupo Orígenes, pero no con el sector representado por Lezama Lima, órfico y derramado, de caótico verbalismo, sino con el de poetas como Cintio Vertier y Eliseo Diego, de más sobrio decir, más cercanos al lenguaje de la conversación, sin perderse nunca en el barroquismo que caracteriza a cierta "expresión americana". La temática religiosa es otro punto de contacto de Pérez Olivares con esos poetas.

La mayoría de los poemas de Háblame de las ciudades perdidas están puestos en boca de un personaje: Moisés, Barrabás, Caín, Josué, Lázaro, Judas, el Minotauro... Son personajes todos ellos de mucha tradición literaria, algo que no olvida el autor ni tampoco los lectores. A ratos nos da la impresión de encontrarnos ante un ejercicio, ante otra variación sobre el mismo manido tema -la traición de Judas, la resurrección de Lázaro- que, sin resultar un fracaso, siendo de grata lectura, un buen ejercicio escolar, no acaba de resultar imprescindible.

Gusta Pérez Olivares de inspirarse en la pintura. Casi todos los poemas de su libro anterior, Cristo entrando en Bruselas (el título está tomado del pintor James Ensor), glosan cuadros de diversos autores. Con unas "Palabras sobre la necesidad del arte" termina ese libro: "En el arte están todos los caminos, / todos los sortilegios, / todos los encuentros y desencuentros", se nos dice con una cierta tendencia a la bien intencionada obviedad que es una de las limitaciones de este poeta; y continúa: "Abrid las puertas / a las bailarinas de Degas; / vengan los bufones, / los monstruosos enanos de Velázquez. / Dancen todos a nuestro alrededor / y hay un espacio para las sonoras criaturas de Rubens, / y esté presente El Bosco / con sus fastuosos engendros".Con dos poemas dedicados a El Bosco termina precisamente Háblame de las ciudades perdidas; el primero es uno de los habituales monólogos: "Hombre que me escuchas, soy aquel que pintó el Paraíso"; el segundo, "Jesús con la cruz a cuestas", que no en vano cierra el libro, compendia la visión del mundo de Pérez Olivares: "Ojo, boca, saliva, semen, sangre, pus, deseos, piel, palabras, eso somos. / Y en el centro, / en el inalcanzable centro, / en su punto irradiante, / Bosch ha situado la Belleza, la Piedad y el Amor. Así sea".

Culturalista, meditativo, a ratos aparentemente coloquial, siempre muy literario, Pérez Olivares es posible que suene a consabido al lector apresurado, como al espectador apresurado le pueden parecer iguales tantos cuadros clásicos con el mismo asunto religioso. La personalidad y la verdad están en los matices, en las sutilezas de la dicción y la visión del mundo.