Image: Viaje literario ppor Ámerica Latina

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Poesía

Viaje literario ppor Ámerica Latina

Francesco Varanini

21 junio, 2000 02:00

Francesco Varanini, por Gusi Bejer

EL Acantilado. Barcelona, 2000, 831 páginas, 5.985 pesetas

En los poemas inéditos que cierran esta antología se encuentran muestras de los variados procedimientos líricos y narrativos de ángel González . El primer poema nos presenta al poeta impresionista, al paisajista

El libro de Francesco Varanini presenta algunas características que vienen a distinguirle de buena parte de los ensayos sobre la literatura hispanoamericana al uso. Su autor es italiano y el libro fue publicado en su lengua original, en 1998, dirigido a lectores italianos. En su versión española hubiera podido actualizarse con un mínimo esfuerzo. Su autor, además, no es un filólogo o un estudioso de la literatura hispanoamericana sino un antropólogo que trabajó en el Ecuador, según se indica. Ello no ha de impedirle, sin embargo, que en este extenso, demasiado extenso, viaje al que nos invita maneje con soltura la bibliografía de temas literarios.

Sus objetivos son, por otra parte, incitar a la polémica en múltiples sentidos y direcciones. Por un lado, el autor se manifiesta contra determinados autores de aquella "nueva novela", como la definiera hace años Carlos Fuentes, atacando con especial saña, en el capítulo que abre el volumen, la obra de Gabriel García Márquez y cuanto ha podido ser tachado de "realismo mágico", término que, por fortuna, no utiliza. De otra parte, huyendo del exotismo, pecado del que acusa a diversos autores consagrados, concluye que buena parte de las aportaciones consideradas como originales en la literatura hispanoamericana proceden de la tradición europea. La polémica, por consiguiente, está servida, aunque a lo largo de tantas páginas Varanini incurra en errores manifiestos y apreciaciones que el lector posiblemente no pueda compartir.

En ocasiones se ataca al autor antes que a la obra. Cree suficiente sesenta páginas para desmantelar la de García Márquez, salvando Cien años de soledad, que habría sido escrita gracias a la abuela del autor: "la feliz ingenuidad que empapa Cien años no es cosecha de Márquez, salvo en el sentido de que también Márquez ha nacido en el Caribe. Tan sólo la humildad de no añadir nada a todo lo que había oído relatar a su abuela, a esa rica y atractiva materia, había permitido a Márquez escribir tan eficazmente sus primeras obras". Exagera su deuda a álvaro Mutis y considera el resto de su producción fruto de una retórica "nobelmarquiana" que le permite acceder a la categoría de best-seller.

Mayor respeto mostrará respecto a J. L. Borges, su segunda víctima, aunque entenderá que sus últimas producciones fueron escritas en colaboración (y no dictadas) a María Kodama. Tampoco faltarán curiosas interpretaciones: "se puede releer la historia de la cultura argentina -y acaso latinoamericana- oponiendo a Gardel y a Borges". Y, en efecto, más de cuarenta páginas dedicará a la figura de Carlos Gardel. Son páginas entretenidas, donde el autor combina, como en el resto del libro, el discurso principal con numerosas, extensas, exageradas notas, desbordantes de historia, sociología, antropología y, naturalmente, comentarios de orden político. Se rinde ante Cortázar, especialmente por Rayuela, pero concluye que "Cortázar no es latinoamericano", porque en su obra no figuran las selvas, sino las casas, los cines y las autopistas. La obra de Andrés Caicedo parece salvarse, porque su autor se suicidó, en 1977, en plena juventud, lo que vendría a justificar a toda su generación. Y el uruguayo Felisberto Hernández, porque pasó una vida extraordinariamente dura y mediocre. Excelente, en cambio, es el estudio sobre Juyungo, del ecuatoriano Adalberto Ortiz, porque ello le permite adentrarse en un mundo que conoce mejor, el del negro en Esmeraldas, pese a que dicha novela posea menor interés de lo que Varanini augura. Y no deja de resultar también amplio y generoso el análisis y la recepción de Persona non grata, de Jorge Edwards, desde la perspectiva intelectual, aunque luego el autor cometiera el error imperdonable de seguir escribiendo (especialmente su libro sobre Neruda). Y nuevamente el autor incidirá en el "caso Padilla", en los retratos de Fidel y las apreciaciones de García Márquez. Entiende en la página 474 que el libro de Edwards es una "novela". Pero tal consideración será cuestionada más adelante. Acabará desmenuzando al autor de la peor manera.

Como no podía ser de otro modo, opondrá la figura de Carpentier (un europeo) a Lezama Lima. Pero las razones de la americanidad y el barroquismo de Lezama debieran inclinarle en otra dirección. Al cubano le salvan sus características: no haber salido de la Isla, ser un fumador de habanos, gordo y católico. La dudosa anécdota política que relata no precisa la fuente. La acusación fundamental sobre Carpentier es su enriquecimiento, aunque se explaya en disquisiciones sobre la artificiosidad de su narrativa. Si el viaje consiste en desmantelar la ficción exótica, "la novela latinoamericana ya había sido escrita en Europa por Conrad, por Valle-Inclán, incluso por sir Arthur Conan Doyle". Si Lowry descubrió México antes y aún mejor que Fuentes, el "encantamiento" se rompe. Los propios novelistas forman parte de la realidad que nos transmiten. El subtítulo del penúltimo capítulo es revelador: "América Latina, sueño europeo". Puede ser. Pero la realidad indiscutible es que un corpus literario se construyó en pocos años por autores hispanoamericanos de diversa procedencia. Y, pese a las reticiencias de Varanini, y sus indudables intuiciones, sigue en pie.