Poesía

Ruina Montium

José Antonio Llamas

27 septiembre, 2000 02:00

Los libros del Oeste. Badajoz, 2000. 171 páginas, 1.400 pesetas

Habrá quien critique a Llamas por llenar sus versos, como cualquier rapsoda provinciano, de palomas y caballos, pero nada es ajeno a la poesía, ni siquiera lo considerado poético

Resulta inevitable, al hablar de José Antonio Llamas, aludir a aquella aventura que supuso, en los años sesenta, la revista leonesa Claraboya. Y es que en su caso, como en el de ángel Fierro y Agustín Delgado, parece que lo más importante de la trayectoria poética, o al menos lo único de lo que queda constancia en la pequeña historia de la literatura, ocurrió en los inicios, cuando trataron de contrarrestar con un frente de poesía social y dialéctica el decadentismo y neovanguardismo de los novísimos. (Muy distinto es el caso del otro miembro del equipo Claraboya, Luis Mateo Díez, que pronto abandonaría la poesía por la narrativa con un acierto que no resulta necesario subrayar aquí.)

Ruina montium es un libro extenso, quizá innecesariamente extenso, que toma su título, según se nos informa en la nota preliminar, "del método empleado por los romanos para la extracción del oro en los yacimientos secundarios"; es el método empleado en Las Médulas, en el Bierzo leonés. El título alude así a dos componentes esenciales -geografía e historia- en la poesía de Llamas: un determinado paisaje y una historia ancestral, la huella prestigiosa de Roma. No demasiado lejos se encuentra buena parte de la obra de Antonio Colinas, aunque el resultado sea muy otro.

José Antonio Llamas parece gustar especialmente de la técnica de "tema con variaciones". En "Libro del otoño" -primera parte de Ruina montium- no escribe poemas exentos, o no da esa impresión, sino incesantes variaciones sobre el tema enunciado en el título. No siempre acierta a ser evitado el riesgo de la monotonía que tal procedimiento conlleva. Y hay otro riesgo, aún mayor, en el que Llamas incurre con generosa frecuencia: el de lo convencionalmente poético. Sus variaciones sobre el tema del otoño no nos ahorran hojas secas, abedules, crisálidas, mariposas: "Cae el otoño como un pájaro desnudo/ entre las hojas/ como un trueno agazapado entre las nubes/ azotadas por el viento".

En "Tiernos episodios", segunda parte del libro, cambia la estación, pero el paisaje sigue siendo protagonista: "Oro nuevo en las flores/ del piorno/ y nieve en los machucales". Por debajo de las notas de la canción popular suena el bordón de la elegía.

"Jardín de ítaca", iniciada, como todas las secciones del volumen, con una cita de Virgilio, es un conjunto de variaciones sobre la historia de Ulises y Penélope. Al lector le sorprende en ocasiones el uso (quizá irónico, pero esa ironía no se nota demasiado) de un trasnochado lenguaje poético, más o menos contemporáneo del que Espronceda ponía en solfa en "El pastor Clasiquino": "¿En qué jardín no canta un arroyuelo?/ En cual, desnudas, no se bañan/ las deidades, las sedosas ninfas,/ las nereidas suaves como el plumaje de los céfiros / que soplan del paraíso".

Hay un poema en la parte final de Ruina montium, "último esfuerzo", que puede considerarse como una poética. Se titula "Deductum dicere carmen" y parece ser una justificación de esta poesía bucólica que vuelve la espalda -al contrario de lo que se pretendía en Claraboya- a los problemas de la sociedad contemporánea: "Ahora que ya tus labios han perdido la batalla,/ mira, poeta, sin recelo, el proceloso campo de los héroes/ y atrévete a cantar canto menor/ Ahora que ya no agitan las banderas/ los pasados paladines, ponle nombre a tu dolor".
Largo ha sido el camino recorrido por la poesía de Llamas desde aquellas Baladas para una guerra fría que integraron, en 1968, el penúltimo número de Claraboya, hasta el ruralismo culturalista de Ruina montium; largo ha sido el camino recorrido por la poesía española en esos años, en buena medida un camino inverso. José Antonio Llamas siempre ha ido a su aire, y eso le honra. Habrá quien le critique por llenar sus versos, como cualquier rapsoda provinciano, de palomas y caballos y labios del viento y rosas más o menos marchitas, pero nada es ajeno a la poesía, ni siquiera lo considerado tradicionalmente poético. Sólo que en ese caso el esfuerzo necesario para convertirlo en poesía resulta considerablemente mayor, está al alcance de muy pocos, al contrario de lo que parecen pensar tantos beneméritos aficionados

VIVO EN LA LUZ

Vivo en la luz que ciega los rebecos

y en los resecos pastos

que la luna incendia

Vivo en la flor

que baja de los neveros

tan fría como mis manos

Vivo en la luz que

con delirio

mata las estatuas