El Fénix Mortal
Mahmud Darwix
29 noviembre, 2000 01:00De guerras y persecuciones hablan estos poemas, entremezclados de leyendas coránicas, aunque no los leemos como poemas, sino un conmovedor grito de protesta
Resulta difícil leer este libro sin que nos condicione la biografía de su autor. "Nacido en 1941 en Galilea -se nos cuenta en el prólogo-, se vio obligado a abandonar Palestina en la guerra del 48, aunque regresó poco después y ‘adquirió’ desde entonces el estatuto jurídico de ciudadano inexistente: ni palestino ni israelí. Activo comunista desde dentro de Israel, en 1970 optó por el exilio: El Cairo, Beirut -donde resistió el asedio israelí del 82, y desde donde partió con la cúpula de la OLP hasta Túnez, París y, finalmente, Ammán". Desde 1973 ha sido representante de la OLP, organización de la que se distancia a partir del 93.
De guerras, de opresiones y persecuciones hablan estos poemas, entremezclados de leyendas coránicas, de viejas historias de la tradición árabe. A pesar del empeño del autor (que quiere hacer literatura, no panfletaria denuncia, y quizá debido a la ausencia de ritmo de la traducción), no los leemos como poemas, sino un siempre conmovedor grito de protesta.
En algunos de los mejores poemas, como ya he señalado, dialogan un padre y un hijo; representan bien el empeño por evitar que se interrumpa una tradición cultural. No quiere limitarse Mahmud Darwix a poner en verso la tragedia de su pueblo, a dar voz a los sin voz, en la tradición de la poesía social (fue premio Lenin, como Alberti, como Neruda, como los más destacados poetas comunistas), sino que también considera la poesía "una habitación para hablar con uno mismo", según titula una de las partes del libro.
Mahmud Darwix, entrevisto en el español de Luz Gómez, no parece un poeta que haya conseguido trascender las circunstancias que dan origen a sus versos para interesar a los lectores de cualquier tiempo y lugar. Nos conmueve la tragedia de su pueblo, no sus perplejidades metafísicas o rebuscadas leyendas. Y esa tragedia quizá emocione más, y con mayor eficacia, en una escueta crónica periodística. Tal impresión, que es la de quien ignora el árabe, puede que resulte injusta. ¿Cómo juzgar un poema si, al traducirlo, prescindimos del efecto encantatorio e hipnótico del ritmo? Lo que queda es menos un texto literario que un frío documento informativo, la sombra desgarbada de lo que fue poema.