Poesía

Las moradas

Amparo Amorós

3 enero, 2001 01:00

Calima Ediciones. Palma, 2000. 266 páginas, 1.500 pesetas

Amorós se muestra mística y vitalista, muy intelectual y muy sentimental, muy despegada del mundo y muy gozosamente inmersa en la cotidianidad

C omo aparente confirmación de la tesis expuesta por Jesús Munárriz en su Un siglo de sonetos en español, publica ahora ámparo Amorós un libro compuesto íntegramente de sonetos. No es la primera vez que lo hace -aunque Munárriz prescindiera de ella en su antología-, pero su anterior conjunto, Quevediana (1988), tenía un tono bienhumorado, satírico y lúdico que contrasta con el carácter elegíaco de la nueva entrega.

Amparo Amorós se toma algunas libertades -no muchas- con la disciplina del soneto (que no encadena, sino que desencadena, como dijo otro poeta): añade con frecuencia un estrambote (raro en los sonetos líricos), coloca los dos tercetos entre los cuartetos, deja sin rimar un verso... El resultado es una obra a la vez muy personal y con algo de cuaderno de ejercicios. "El secreto" replica al "Divertimento" cernudiano, un soneto sonetil cuyo último verso dice: "No me escribas, poeta, y calla en prosa".

"La casa de los libros", uno de los poemas más conseguidos del conjunto, puede considerarse como una variación, muy libre, del quevediano "Retirado en la paz de estos desiertos". En raras ocasiones el amor a los libros ha alcanzado una tan atinada formulación. Se homenajea también a Espronceda y Machado, y se traducen sonetos famosos de Nerval ("El desdichado") y Baudelaire ("Los gatos").

Pero el homenaje mayor, patente en el título, es a Santa Teresa, mujer fuerte, como quisiera ser la protagonista de estos versos, que busca refugio en su morada interior y en el recuerdo de las casas en que ha sido feliz, contra las asechanzas de la edad, contra el ultraje del tiempo.

"Quién me mandó escribir estos sonetos/ sin ánimo y enferma la cabeza", comienza el libro, un libro que es también todo él una oración a un dios sin rostro, "señor de los cuarzos transparentes". El siguiente poema vuelve al tiempo sin tiempo de la infancia, recupera una dirección a la que es imposible volver: "La amistad se llamaba Plaza de Nules, dos". A pesar del alejandrino, a pesar del estrambote, el poema queda sin cerrar: "Para hablar de aquel tiempo se hace corto un soneto".

"La casa" convierte en símbolo las muchas casas de las que se habla en Las moradas. Todas ellas son "creación ilusionada", emblema del mundo, "sorprendente y caótico universo/ elevado a rigor desde su nada:/ ritmo, palabra, verso, al fin poema". La verdadera casa de la autora es la que construye con sus versos.A pesar de su unidad esencial, de ser un conjunto de variaciones sobre el mismo tema, no resulta monocorde este conjunto de sonetos. Quizá ello se deba a que han sido escritos a lo largo de muchos años -trece, según la solapa- y a que su coherencia obedece menos a la voluntad de la autora que al azar objetivo de que hablaban los surrealistas.
Mística y vitalista se muestra Amparo Amorós en este libro, muy intelectual y muy sentimental, muy despegada del mundo y muy gozosamente inmersa en la cotidianidad. A veces su lenguaje parece alambicarse un tanto y no raras veces condesciende con el ripio, pero todo lo salva la pasión inteligente, el fervor doliente con que hace recuento de su vida y la convierte en signo y símbolo de la vida de todos, sin que deje de ser sólo suya.