Image: Aland la blanca

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Poesía

Aland la blanca

Espido Freire

7 marzo, 2001 01:00

Plaza & Janés. Barcelona, 2001. 69 páginas, 495 pesetas

¿Libro de poemas? No parece que pueda ser considerado como tal esta narración en verso en la que resuenan motivos de muchos relatos legendarios

La nota editorial que acompaña a Aland la blanca nos indica que es "el primer libro de poemas" de su autora, novelista que en pocos años ha conseguido un considerable renombre. ¿Libro de poemas? No parece que pueda ser considerado como tal esta vaga narración en verso en la que resuenan motivos de relatos legendarios. Como un cuento de hadas para adolescentes podría ser quizá considerada esta fantasía versificada dividida en diez partes.

Espido Freire escribe en un verso libre que a veces se parece demasiado a prosa entrecortada caprichosamente. No es lo mismo narrar una historia en prosa que en verso: el verso admite una mayor agilidad imaginativa, permite más audaces elipsis, añade una música que prolonga y adensa el cuento con múltiples resonancias. Pero el verso de Espido Freire cojea pronto, por lo que no sirve para añadirle otra dimensión a una historia que quizá habría necesitado más sólidos fundamentos.

Música y magia hay, sin embargo, en la primera parte, "La canción del mendigo ciego", que vale por todo el volumen, y que una cierta conciencia autocrítica podría ser lo único que salvara para integrarlo en un futuro "primer libro de poemas". La historia de Aland la blanca, una mítica ciudad sumergida por las aguas, está puesta, en ese capítulo inicial, en boca de un mendigo, que canta y cuenta mientras pide limosna a los transeúntes: "En un día y una noche/desapareció engullida por las aguas./ Las algas flotaban cenicientas/sobre el revuelto mar de lodo./De nada le sirvieron sus riquezas,/los agujeros de cobre y estaño,/el yacimiento eterno de ámbar,/las minas de sal/que le dieron nombre. / Aland la blanca/yace bajo el mar en silencio./Tened piedad, sólo una moneda..." El final del primer canto lo redondea como obra independiente, permite considerarlo algo más que un fragmento: "No sabemos con quién hablamos/y tratamos con extraños aún en nuestra casa./Tal vez deis vuestra limosna a un rey:/tal vez quien ahora pide poseyó la tierra".

En el siguiente canto habla el único superviviente de la ciudad destruida, Jantes, que ha crecido junto a unos pescadores ignorante al parecer de su misterioso origen, aunque le basta rescatar del mar un brazalete para recordarlo todo y enfrentarse a sus supuestos padres: "Quién soy yo?/No nací aquí./ Pocos recuerdos quedan de mi infancia/a salvo del remolino./Mi paísya no existe:/sus ciudades las barrió la tormenta./Su capital quedó arrasada".

Al lector adulto le cuesta, desde muy pronto, pasar por alto las incoherencias del relato. En el siguiente capítulo, "El primer viaje", Jantes se atreve a llevar hacia el sur a unos mercaderes detenidos ante el desierto porque ha muerto su guía. En la parte cuarta se interrumpe el relato con el diálogo de tres hermanas que parecen ser las tres parcas. "La derrota" nos cuenta los triunfos de Janjes, que acaba de conquistar Pronos y puede convertirse en rey de la ciudad, pero a él lo único que le interesa es encontrar Aland la blanca. No seguiré contando la historia, que avanza a trompicones, con una mujer cisne y otro misterioso brazalete -¿o es el mismo?- y ninguna necesidad interior.

Resulta curioso, en esta fantasía de juego de rol y dibujos animados, encontrar coincidencias -quizá casuales- con un poema de Brines, "En la república de Platón", uno de los tres que integran el cuaderno publicado en 1965 con el título de El santo inocente (luego cambiado por Materia narrativa inexacta). La historia que refiere ese poema es la misma de "El último viaje", aunque falte en el texto de Espido Freire el componente homoerótico tan presente en Brines: "Ahora Janes marcha./Pero nadie le despide en el muelle./Un nuevo héroe regresa del desierto,/Lycias,/el joven semidiós./Ha alejado a Ilión de la ruina;/ condujo la sal hasta el sur,/y Jantes sonríe, compasivo./Tal vez también tras su primer viaje,/cuando la ciudad le aclamaba y temblaba con su nombre/un viejo guerrero levaba anclas". El joven semidiós del poema de Brines tiene un nombre similar, Licio: "Excelsas son las aptitudes de su cuerpo y su espíritu,/y harán de él un héroe de los griegos./Próxima está la campaña en el viejo continente,/de condición cruel y largos años,/y nadie igualará su condición briosa./Caerá la sombra entonces sobre mí; cuando regrese / Licio presidirá gloriosos funerales".

No parece que haya que añadir el nombre de Espido Freire a la nómina de los jóvenes poetas españoles. Capricho de narradora, parece destinado a los numerosos lectores de sus novelas; ellos dirán si el titubeante verso añade o quita interés al relato.