Image: Rama desnuda

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Poesía

Rama desnuda

ANDRÉS TRAPIELLO

18 abril, 2001 02:00

Tusquets. Barcelona, 2001. 150 páginas, 1.800 pesetas

Andrés Trapiello, escritor que cultiva con profusión y fortuna casi todos los géneros literarios, quiere, como Unamanuno, ser considerado ante todo poeta. Y si algunos lectores de sus primeros libros, un tanto manieristas, se permitieron dudar de su sentido del verso, la lectura de Rama desnuda confirma lo que, desde la aparición de Acaso una verdad (1993), ya estaba suficientemente claro: que la poesía es el núcleo esencial que da peso y sentido al resto de su obra.

Un libro extenso Rama desnuda, un libro que, a pesar de ello, nos gustaría que no se acabara nunca. Y nunca se acaba: sabemos, al terminar, que hemos de volver una y otra vez a sus páginas. No a las cancioncillas, aunque no exentas de alacridad y gracia, que sirven de distensión entre los poemas mayores; tampoco a los sonetos alejandrinos, a veces esforzadamente ripiosos, ejercicios retóricos en la línea de lo que Federico de Onís llamó "prosaísmo sentimental".

Poesía de la intrahistoria la de Andrés Trapiello, de los sentimientos familiares, de las horas que parecen no pasar, anticipo de la eternidad, de la noche estrellada, y del espectáculo, siempre igual y distinto, de la naturaleza. Poesía con muy claros maestros, el ya citado Unamuno, del que se evocan sus últimos momentos ("Rosas de San Silvestre") y se alude a sus "rimas de dentro"; Leopardi, desdichado y sabio, desnudo y esencial, evocado en Recanati y en tantos pasajes; Emily Dickinson, presente ya en el segundo poema, donde se nos pide que le echemos de comer unas migajas, cuando el poeta ya no esté, al mirlo que canta en el jardín; y Antonio Machado, en la estampa de los niños en una escuela pueblerina y, muy especialmente, en el poema que da título al conjunto, una nueva versión de "A un olmo seco".

Con los materiales que utiliza Trapiello se ha hecho, desde siempre, la gran poesía, pero hoy, en opinión de muchos, sólo se puede hacer poesía trasnochada y provinciana. ¿Qué poeta actual se atreve a hablar de lirios, brisas, rosas de otoño, margaritas, crepúsculos, días de Reyes, hijos que crecen, viejas fotos familiares, la santa esposa que envejece a nuestro lado? ¿Qué poeta es capaz de escribir, sin incurrir en la ironía ni en el pastiche, una "Oda a un ruiseñor"? Todos los ingredientes que los poetas más exigentes detestan, por consabidos y manidos, por ser desde hace tiempo pasto de poetastros, están en Trapiello, quien milagrosa- mente consigue -como indica en el primer poema- que lo más viejo se convierta en lo más nuevo.

"No cabe en una vida su pasado", termina uno de los poemas. Y el pasado leonés del poeta, con sus topónimos precisos ("días irrepetibles en Pedrún,/en Matueca, en Nocedo y en El Páramo"), es evocado en muchos de los textos. Pero la mayoría se sitúan en un presente que está dentro y está fuera de la historia; noches y amaneceres de Las Viñas, pasada ya la mitad del camino de la vida, enriquecido y desposeído por el tiempo: "Para ti nada más era el milagro:/que se pusiera el sol tan suavemente/ como cordón de aceite sobre el pan/y que en las rosas últimas de otoño/aún resistiera intacto su perfume".

Tres poemas tienen a Madrid por escenario; dos de ellos resultan memorables: "Plaza de París", historia e intrahistoria otra vez frente a frente, y "Luna en el Rastro", esa luna traspapelada de la noche "en el límpido azul de la mañana" sobre "dones/siempre inéditos", descacharrados y mágicos; el otro, "El curso de la historia", con sus magnolios contrapuestos a reyes, dictadores y demócratas, parece más prescindible.

En el centro del libro, y no por casualidad, se sitúa el poema más extenso de todos, un poema de amor, del amor que resiste el tiempo y los desconchones de la cotidianidad. "Mientras tú duermes" se podría titular, como el poema de Claudio Rodríguez, como tantos poemas sobre el mismo tópico: el poeta contempla el sueño de la amada. El lirismo de Andrés Trapiello gusta de los pequeños detalles exactos, de la minucia costumbrista, no le teme al prosaísmo ni al peso de la anécdota: "Acurrucada duermes,/como duerme el pinzón sobre la rama,/la cabeza apoyada sobre el brazo/de ese viejo sillón, las piernas encogidas,/en el rojo escabel los pies de lado/y una ligera manta por encima/que arropa más que el cuerpo, la conciencia/del tiempo que ha pasado por nosotros/haciéndonos a veces tan extraños".

Un libro extenso, un libro quizá reiterativo Rama desnuda, pero qué poco nos importa eso: rara es la página que no está llena de secreto y emoción, de sabiduría antigua y de un temblor absolutamente nuevo. Incluso los poemas que parece que se van a despeñar en la trivial minucia, como "Veinte peniques", levantan de pronto el vuelo y convierten a un objeto cualquiera en signo y símbolo de todo el misterio del mundo, en un ina-gotable emblema de la felicidad.