Image: Tiempo

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Poesía

Tiempo

Juan Ramón Jiménez

6 junio, 2001 02:00

Seix Barral, 2001. 224 págs, 2.300 ptas. La frente pensativa. La borrachería, 2001. 7 págs. Unidad. Coord. Graciela Palau. Fundación Juan Ramón Jiménez. Moguer, 2001. 151 págs.

Estas tres publicaciones ofrecen visiones unitarias y distintas del animal literario que fue desde siempre su poliédrico y polimórfico y evolutivo autor

En una entrevista de Arturo del Villar a José Hierro decía éste que "la poesía en español del siglo XX, la de aquí y la de allá, no se entiende sin la obra de Juan Ramón". Para Hierro todos los que escribimos después del autor de Espacio "somos juanramonianos, incluso sus peores enemigos". Estas tres publicaciones que aquí comento dan la razón a Hierro tanto como ofrecen visiones unitarias y distintas del animal literario que fue desde siempre su poliédrico y polimórfico y evolutivo autor. Los cuatro poemas inéditos que componen La frente pensativa pertenecen a la tercera parte de este libro: la titulada "Ceniza de rosas" y en concreto a lo que el poeta José Luis Puerto denomina "amor doliente y sensitivo" dedicado a una "victoriana" cuya identidad la crítica aún no ha sabido descifrar.

Tiempo es, en cambio, otra cosa: es un diario simultáneo de la conciencia poética y artística del escritor. En él JRJ ve sus sueños, sus vigilias y sus pesadillas como un "ideal cine interior abstracto", como "sucesos sin sucesión" y teoriza sobre el monólogo interior y el realismo mágico haciendo pertinentes observaciones sobre Joyce, Perse, Pound y Eliot en las que explica que su monólogo es "la ocurrencia permanente desechada por falta de tiempo y lugar durante todo el día": una verdadera fuga, una rapsodia constante como los escapes hacia arriba de fuegos de colores. Explica sus preferencias en la música: Toscanini, Bruckner, Sibelius, Mahler, Brahms, Schünberg y Richard Strauss. Hace precisiones sobre el romance de Lorca que según él "tiene de lo popular lo plástico y lo pintoresco"; el de Antonio Machado, que posee lo épico y corriente; y el suyo propio, que según él mismo, se distingue por "lo lírico, lo musical y lo secreto". Sonríe sobre Ortega, Azorín y Ricardo León, a los que satiriza en las partes más débiles de su gusto; lanza su artillería contra Bergamín y los "jóvenes escritores que venían a nuestra casa con corsé, calcetines de seda y bordados, pulseritas, polvos y una hoz y un martillo de oro en la corbata". Reconoce a Gerardo Diego y destroza a León Felipe, del que dice que se llamaba "Felipe Camino de la Rosa, y qué se yó qué enredos traía con su nombre". Luego -añade- "se quitó la Rosa, luego, el Camino, luego se puso el León"; expresa su nostalgia de España y su soledad en medio de un exilio en el que todo parece que lo desconoce. Comenta las muertes de Joyce y de Besteiro, evoca a Cipriano Rivas Cheriff y a Azaña y elogia al general finlandés Mannerheim y dice que nuestra vida es una representación teatral, la única comedia o tragedia que es al mismo tiempo teatro y verdad. Se retrotrae al Washington Square del año 16 y llega hasta lo que llama memoria de su matriz doliéndose de la ausencia "obligada por la injusticia, vigilia de ahogo y tortura del buey de Franco". Se manifiesta en contra de la segregación racial e insiste en que "para ser un artista verdadero, para llegar a la plenitud de una vocación, hay que ir dejando todo lo menudo de la vida y aumentarse sólo con lo grande". Reconoce haber sido injusto con Huidobro y Víctor de la Serna y critica el " innecesario bizantinismo" de Ezra Pound, de Eliot y de toda la poesía inglesa moderna, en la que no ve sino un exceso de cita clásica y de alusión "a países más o menos exóticos". Los compara con Guillén y Salinas, a los que acusa de construir "sus estrofas con hallazgos ajenos superpuestos". Lanza sus pullas contra Ramón Gomez de la Serna, al que llama imperialista histérico, y contra Rilke, al que pone por debajo de Hofmannsthal y de George: "no creo -escribe- en la experiencia de Rilke ni me gusta demasiado la parte de su poesía que es experiencia". Apunta su artillería contra Cervantes, Calderón y Pérez de Ayala. Salva su Andalucía universal y expone su teoría y sentimiento de lo que llama "el dios absoluto" concebido desde su sensibilidad y su inteligencia. Tiempo es un texto que necesita introducción y notas, como los que, con rigor y celo, les ha puesto M. Juliá. Los tres apéndices con que se adorna no son igual de necesarios: el segundo es un extracto de los aforismos de Ideolojía editado por Antonio Sanchez Romeralo en 1990 y que sólo en parte puede comprenderse transferido aquí.

El último de estos tres volúmenes tiene dos partes: una que incluye textos de Zenobia y Juan ramón y otra de destacados especialistas que iluminan puntos muy concretos del modernismo, del simbolismo y la metafísica del yo en Juan Ramón. El resultado de estas investigaciones es convergente: apunta al carácter general del modernismo frente a lo que Ricardo Gullón con exactitud denominó "la invención del 98".